martes, marzo 27, 2012

Roque



Me siento orgullosa de que la investigación que mi amigo Javier Espinoza y yo iniciamos siendo unos estudiantes de licenciatura en 2004 se publique este sábado en El Salvador. Creo que este es solo el primer paso para que la memoria de Roque Dalton descanse en paz una vez que sus asesinos confiesen dónde están sus restos.

Tobillos

Uno no tiene los tobillos dormidos
hasta que sucede
explosiones de hormigas- ángulos inferiores derechos izquierdos
pies institucionalmente rectos que se mantuvieron intactos
hasta que la explosión nerviosa o el azúcar imantada
bajó del paladar al camino
que ya no es de roble sino
tierra arenosa
sensación infinita y sin formas
no sé cómo era la salud de Janis Joplin antes de morir de una sobredosis
quizás ella también en ese momento en que el cuerpo apareció rendido
no lo esperaba
la verdad: hace tiempo que espero todo lo que no llega
y no llega
los astros tienen peleas de asfixia a mis espaldas
su boicot es blanco como bata de médico
uno siempre puede equivocarse de vagón y salir frente a una pared de madera
mi mano izquierda me responde más insectos de crueldad
en movimientos múltiples e imaginarios
nací mujer pero pude nacer pirámide
o una turba de pelícanos sobrevolando el Mar de Cortés
mis piernas fueron espigas de trigo antes de un huracán estadounidense
nunca deseé respirar en el limbo
exijo la consideración de mis semejantes
y no la obtengo.

Hormigas, vuelvan al río
dejen a Janis y a mí cantar en paz
pies, devuélvanle a mis tobillos
su sabiduría de sostenerme sobre la Tierra.

Tormenta solar

Dada la coyuntura del plexo
tan propensa y dadaísta o más bien frugal
tan llena de accidentes la vida
y de neuronal dolor
tiempo inerte entre aeropuertos
los lejanos aviones que me aguardan
el futuro que tanto me esperaba
es ahora pedacitos.

El azar está vestido de medio luto
casi se me cae el café encima
no conjuro a la tragedia cotidiana o al tiempo
que no es posesión
nunca es posesión el barco en el que huyen
los que antes de irse ya son extranjeros
tu cuello es el centro de todas las cosas
aunque se angoste el lenguaje
y no quepa en el rumbo accidental de todas las cosas.

Tormenta solar
error comunicacional
lingüística hecha pedacitos
dendritas en confusión.

Escribo sobre las páginas que me pertenecen
justo porque ellos creen que no me pertenecen
mientras todos los radares se equivocan.

Las masas de calor del sol
interfieren.

Nebulosa local abre su cuerpo
al error espectacular
la llave fracturada los aretes perdidos la sangre nasal derecha derramada
y en medio de la causal confusión de la tormenta solar
sobrevivo a mis tendencias planetarias.

Seis de la mañana

22 de febrero de 2012

Las tiendas han abierto
el hombre ha despertado
mascullo palabras que él no entiende
frente a la iglesia las mesas de las vendedoras se despliegan
¿tan temprano?
en la puerta del metro un Diógenes
vestido de mendigo recoge
basuritas.

Los faroles aún pispilean la luz
al fondo crepita la aurora
su palabra repetida
en la estación
personas como hormigas casi chocan con mi tambaleo desacostumbrado a la hora
maquillaje señalando la línea vertical de un ojo
en el vagón
cabeceo
miradas húmedas
¿nunca han visto unas nalgas?
el zumbido del tren en la entrada del hospital
una pareja exhausta duerme
hecha bola de estambre reducida
un anciano rueda en su silla
llamadas telefónicas
palabras distintas de tantas personas distintas
una enfermera pintada de cabaret me da una ficha
número 36.

Nunca soñé los hospitales
tal vez la sangre,
la sangre.

lunes, marzo 19, 2012

Deseo

Deseo que los que me amen estén cerca de mí. Deseo que los que no me aman tengan paz y buen camino, lejos. Durante mucho tiempo intenté que los que no me amaban, me amasen. Pero ya no desgastaré mis energías en ello. He decidido tomar de la vida lo que Ella me de. Tomaré lo que necesito, no lo que quise, tercamente. Me tardé los primeros 32 años de mi vida en aprender esto.

Nunca la intemperie es tan sencilla

05-02-2012
Pico de Orizaba
Nunca la intemperie
es tan sencilla.
El cuerpo es hostil fuera de sus cauces.
Las uñas ennegrecen y los recuerdos
aunque remotos
ruedan indecisos en forma de piedras.
El camino refleja algo tuyo que no voy a decirte por inútil.
El sabor de las cosas se multiplica
uno llega a preguntarse por la carne de los otros
como algo propio.
El afecto no es alfombra grácil
los elementos de la naturaleza están dispuestos de tal manera
que no sea necesario preguntarse tanto por el origen de las cosas
los ojos no amanecen nunca dos veces
los perros practican el pensamiento sutil que a nosotros nos falta
despierta el pájaro
despertará la montaña
aún en mi muerte que no existe
pero el fin aúna su figura
años antes
tal vez no existía
esta lucidez amarilla
este caos cada vez más rectangular
las manos secas comunican
vórtices del dolor que uno guarda
para estos casos
es necesario elaborar conjuros:
aquí en esta intemperie morirá mi idea anterior de pájaros
aquí nacerán todas las ideas nuevas que mañana podrán atormentarme
o no.

miércoles, febrero 01, 2012

E.r.a. Tlatelolco

Texto: Lauri García Dueñas

Foto: Edgar Artaud

Todo empezó cuando un grupo de bailarines ejecutó una coreografía de Michael Jackson un domingo a las tres de la tarde en la plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco, ciudad de México.
El sol quemaba directo las coronillas de los que ahí nos habíamos juntado. Lolo llevaba un sombrero de paja, precavida. Había que tomar cerveza, supuse, en lo que todo iniciaba. Pero nadie me secundó demasiado.
Estaba ahí porque Viktor Ibarra Calavera me había invitado a una ¿lectura, recital de poesía? donde compartiríamos cartel con José Emilio Pacheco y Molotov. En la superficie y en el fondo, sabía que no sería así, pero eso al final era lo de menos.
Yo quería leer en Tlatelolco, supongo. Me entusiasma la carga energética e histórica de esa plaza donde en 1968 el gobierno reprimió a los estudiantes. Pero no tenía ni la más remota idea de lo que ocurriría esa tarde.
Como dije, todo empezó cuando un grupo de adultos contemporáneos de la localidad, enfundados en vestimentas ochenteras, se juntaron bajo el sol quemante para hacer un homenaje al “rey del pop”. Estaban a su aire, claro, la plaza es un lugar público y no iban a dejar sus costumbres habituales por una repentina y espontánea invasión ‘poética’.
Fue ahí donde una de las protagonistas más importantes del “happening” entró en escena. De pequeña estatura, morena quemada por el sol, de cejas a lo Frida Kahlo y pelo negro recogido en una cola, empezó a injuriarnos, a los ‘poetas’ y a los danzantes que estábamos ahí por diferentes razones. O no.
“Yo no bailo con burgueses”, aseguró la mujer y siguieron varios minutos de gritos desaforados, que si le estábamos faltando el respeto a los muertos, que si Toñito ¿toñito? era el mejor bailarín, que ella era amiga de Javier Sicilia, el poeta al que le mataron a su hijo y empezó una cruzada nacional en contra de la violencia en México, que si la habíamos decepcionado.
Momentos antes, Viktor había dado la voz cantante de inicio al performance colectivo- carnaval del absurdo, embutido en un abrigo de peluche café, y había repartido las fotocopias con la cara de Pacheco (¿dónde estaría José Emilio de carne y hueso a esa hora en que un grupo de jóvenes lo 'homenajeaban' con una fiesta delirante bajo el sol?) Eso sí, Ibarra había tenido a bien aclarar que ni Pacheco ni Molotov se harían presentes o acaso “¿creen ustedes que tenemos presupuesto?”.
Las palabras iniciatorias de Calavera habían subrayado dos ideas principales: que éramos una juventud “drogadicta”, sinónimo de delirante entendí, y que lo que ahí iba a ocurrir mediaba por el principio de la libertad, de hacer lo que realmente quisiéramos con los elementos dispuestos a nuestro alrededor: un montón de libros, instrumentos, y una raíz de madera blanca, gigante, que formaba parte de una instalación de arte contemporáneo dispuesta en la plaza.
Los engranajes de mi ‘educación y socialización’ literaria intentaron girar rápidamente, a tono con la invitación, pero no se me ocurrió nada que hacer. Estoy mal acostumbrada, lo admito, por más salvaje que me las quiera llevar, a veces, o casi siempre, soy ñoña y durante mucho tiempo he pensado que la poesía debe “leerse en voz alta”, a lo mucho.
He usado el megáfono, demasiado, y he tratado de “performancear” o “eslamear” pero reconozco que soy una padawan en ello. Estoy demasiado adherida al lenguaje oral y escrito, las bromas o provocaciones nunca las entiendo, y para desatarme necesito no estar tan sobria. Ese domingo lo estaba, demasiado.
La acusación de la mujer a la que los vecinos de la plaza corrieron tachándola de loca me pegó directo en medio del cuerpo. Que si estábamos faltándole el respeto a los muertos. Yo sabía que no, pero escucharla a ella gritando uno a uno los nombres de varios caídos del 68 me enchinó la piel y me consternó por el contexto del que provengo.
Luego de que se fue, retrocedí atontada, y me senté en la raíz blanca con algunos de los invitados que preferimos la videncia periférica a la participación directa, y presencié frente a mí algo que, admito, al principio ni me gustó ni entendí.
Fue, hasta llegar a mi casa esa noche, y al día siguiente cuando leí la lúcida reseña de Javier Raya, y hasta hace pocos días en la cantina La Esperanza al conversar con Yaxkin Melchy; que terminé de reflexionar sobre la posibilidad de que la poesía no necesite de la voz, que pueda ser ocurrencia, baile, delirio, un tocar instrumentos sin “saberlos tocar”. Una fiesta.
Mi conclusión de ver a Viktor bailando envuelto en un abrigo de peluche, de escuchar a Lolo charranganear un teclado de juguete, contemplar a Karlos Atl echarse una botella de agua encima mientras hacía ruidos guturales, o haber tenido el privilegio de ver a Javier Raya masticar las páginas de un libro que arrancó a dentelladas es que me falta mucho por aprender de la vida y de la poesía y que, es más, yo no sé ni más remotamente qué es la poesía.
Una de mis imágenes favoritas de ese domingo, que no quiero olvidar y por eso lo escribo, es la de una chica leyendo una poesía inaudible a través de un megáfono destruido. Porque sí, en un momento previo, la muchacha que nos insultaba le quitó el megáfono a Viktor y se lo destartaló ante nuestros ojos atónitos. Ibarra lo manejó bien, no se inmutó, parecía que lo hubiesen ensayado juntos, y recalcó el principio de la libertad sobre lo que estaba ocurriendo.
El megáfono destrozado fue un símbolo por lo demás cargado de significado para mí: ¿hasta cuándo habremos de ‘leer poesía’ con megáfono? ¿qué sigue? ¿cuál es la propuesta de los muchachos que hoy en la ciudad de México ‘escribimos’?
Esas fueron las preguntas que quedaron dentro de mí, el domingo que no leí junto a José Emilio Pacheco quien, según versiones no oficiales, nos observaba disimuladamente entre los paseantes.

lunes, enero 23, 2012

sábado, enero 21, 2012

Todavía riela este cuerpo sobre la luz

Tiembla el corazón, esa palabra de sobra
todavía riela este cuerpo sobre la luz
un dormir sin dormir
el Viaducto nos devuelve ruidos
memoria líquida
un estado mental intergaláctico
así
exagerado
viento en pequeñas hojas
hasta la mañana que detesto me parece la mejor invención de los humanos
pecar no es verbo posible
flores sin sol al pie de transeúntes con caras disueltas
placidez estupefacta
palabras desconocidas
y aunque existan adversos
hoy no hay desaliento
invade
un extraño estado de absoluto abandono
al temblor y al cuerpo.