Siempre quise tener un gato sonriente
como el de Alicia
o gris y rayado como el del doctor
Gadget
y aunque confieso que sufro de profunda
animadversión por los orines de felino
al final uno empieza a entender que es
cosa natural hacer pipí aunque uno sea gato,
y esa solo es una leve desventaja en
comparación del brillo de sus ojos en la profunda oscuridad de una noche
solitaria.
El primer y único gato de mi vida fue
Félix,
un nombre por lo demás nada creativo
para un gato,
era negro y mi padre lo odiaba por su
pelo y sus bacterias
le gustaba enumerar todas las
enfermedades horribles, con nombres en latín, que nos acarrearía su compañía
por supuesto
eso no nos importaba.
Mi papá metía a Félix en bolsas de yute
para que lo sacáramos a la calle
después soltaba carcajadas cuando le
descubríamos su afán por desterrarnos la mascota
y es que siempre argumentó que todo
animal muere antes que uno pueda superarlo
y consolar a cinco niños que lloran al
unísono nunca fue cosa fácil.
Para muestra
cuando un tacuazín se comió al perico
Poli,
(otro nombre por lo demás nada creativo
para un perico,
el trauma casi nos impide ir al colegio
y estudiar matemáticas.
Los chicos exageran las tragedias
y la crueldad sin culpa.
Confieso:
Nos gustaba hacer de Félix nuestro
juguete favorito
darle los suficientes trozos de lana
para confundirlo
y hasta el día de hoy sospecho que se
fue de casa
porque me gustaba lavarle los dientes
con enjuague bucal
para poder darle besos en la boca.
El día que nuestro gato se fue nos
pusimos tristes
lo esperamos cada noche y cada plato de
leche
soñé que tenía una novia peluda que lo
raptó para amarlo
y cuando oía murmullos de sexo gatuno
en el tejado, me decía:
“es Félix”.
Pero no fue así
un día cayó del techo tieso y hecho una
calcomanía
ante mis ojos incrédulos y el llanto de
mis hermanas.
Félix se fue al cielo de los gatos
y nunca supimos la causa de su muerte
si fue envenenado por una malvada
vecina, que siempre las hay,
si sufrió de un fulminante y repentino
ataque cardíaco
o si desde niño padecía de depresión y
no lo sabíamos.
Por si acaso
preferimos evitar la autopsia
pero tuvo sus pompas fúnebres en el
patio
como todo animal al que se haya querido.
Y yo que siempre quise un gato
sonriente como el de Alicia
o uno gris y rayado como el del doctor
Gadget
no olvido a mi primer y único gato
y siempre descubro un atisbo de Félix
en cada gato negro que me mira.
10 comentarios:
puta mother! way wey! chivísimo! soy fan!
wonderfuliano, ninfa
jejejeje INCREÍBLE
está de huevos... mi tesis me la afirmas: sos una chingona.
Lauri, aquí reportándome, mi mail es sociedadamazona@gmail.com
espero ansiosa a Salarué, gracias
Interesante historia la de tu gato, y más interesante el paralelo, ese reflejo fantasmal que emerge de cada negro gato.
Guapas tus letras, provoca darte un gatuno ronroneo... o quizá un osado rasguño sobre esa piel apetecible y felina.
Besos con maullidos... :D
¡¡¡Tan Bonitoooo!!! Moría de ganas por leerlo. Me habían comentado de él, de las risas.
Defintivamente, amo a los gatos. Calcomanias o no, dejan huellas invisibles por donde, sin que nadie se de cuenta, pasan.
Prporprprprprprprpr
Joder, qué bueno, L, y eso que soy incompatible con los gatos (por la cuestión de compartir espacios de prepotencia, se sabe). Besos
pd. ¿te he contado que un gato blanco me persigue?
C.
Es excelente!!! No soy fan de los gatos, pero te escuche leerlo el martes antepasado en el café y me volvi tu fan, fue mi favorito de la noche y debo decir que hubo varios que agradaron al publico ese dia. Ana
amo a los gatos, pero me bajó una lágrima al final y te doy todo el crédito!
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