Todavía tengo en mi boca el sabor de la última michelada que me tomé en “La Sexta” el domingo en Tijuana, de madrugada, luego de que intenté cambiar el boleto para posponer mi regreso al D.F. en un afán desesperado por gozar un poco más de lo que sucedió durante los intensos cinco días que duró el Primer Festival de Literatura en las Artes, organizado por Nortestación, agencia de letras.
Ha pasado una jornada completa desde mi regreso al D.F., esta ciudad que amo pero a la que, reconozco, estoy empezando a serle infiel. No había pasado ni una semana cuando ya me preguntaba ¿Cuánto valdrá rentar una casa en Tijuana? Y es que no sé lo que me pasó, o lo sé muy bien.
Ha pasado una jornada completa desde mi regreso al D.F., esta ciudad que amo pero a la que, reconozco, estoy empezando a serle infiel. No había pasado ni una semana cuando ya me preguntaba ¿Cuánto valdrá rentar una casa en Tijuana? Y es que no sé lo que me pasó, o lo sé muy bien.
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Tijuana me recuerda a El Salvador por su gente, su violencia aceptada de la que se levanta una resistencia cotidiana. Es una ciudad que no tiene pretensiones, real y cruda. Terriblemente real.
Llegué a esta dama del norte, “señora ya vivida”, con Eva, poeta del megáfono, compañera de viaje y aventuras, a quien contactaron para el festival, cuyo país invitado para la primera edición fue España.
En el aeropuerto nos esperaba Alma Columba, Nancy Bonilla, y al volante una sonriente Karina, guía y anfitriona nata. Karla Martínez y Julio Álvarez fueron los artífices de uno de los mejores encuentros literarios a los que yo, o cualquiera, haya asistido.
Llegó la hora de la comida, qué viva la carne del norte y sus vacas, y ahí conocimos a algunos de los que serían nuestros compañeros escritores y artistas en los próximos días: Uberto Stabile, Antonio Orihuela, de España, Carlos Adolfo Gutiérrez Vidal, Arturo Ramírez Lara y Jorge Palomares, de México. Los demás irían llegando más adelante, con su talento a cuestas. Como la irónica y única Gabriela Torres, capaz de escribir el mejor cuento para un cáncer que a todos nos consume. O los consagrados David Miklos, editor de Picnic, y Rafa Saavedra, cronista. Y el novelista Alejandro Espinoza, con su rica prosa sobre la ciudad de Angustia.
Llegué a esta dama del norte, “señora ya vivida”, con Eva, poeta del megáfono, compañera de viaje y aventuras, a quien contactaron para el festival, cuyo país invitado para la primera edición fue España.
En el aeropuerto nos esperaba Alma Columba, Nancy Bonilla, y al volante una sonriente Karina, guía y anfitriona nata. Karla Martínez y Julio Álvarez fueron los artífices de uno de los mejores encuentros literarios a los que yo, o cualquiera, haya asistido.
Llegó la hora de la comida, qué viva la carne del norte y sus vacas, y ahí conocimos a algunos de los que serían nuestros compañeros escritores y artistas en los próximos días: Uberto Stabile, Antonio Orihuela, de España, Carlos Adolfo Gutiérrez Vidal, Arturo Ramírez Lara y Jorge Palomares, de México. Los demás irían llegando más adelante, con su talento a cuestas. Como la irónica y única Gabriela Torres, capaz de escribir el mejor cuento para un cáncer que a todos nos consume. O los consagrados David Miklos, editor de Picnic, y Rafa Saavedra, cronista. Y el novelista Alejandro Espinoza, con su rica prosa sobre la ciudad de Angustia.
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Arturo se convertiría en los siguientes días en una de las personas más entrañables del encuentro, no solo por su poesía diáfana y hermosa, sino porque fue recargando nuestro humor hasta llenarnos el estómago, por ejemplo, aprenderíamos la frase de: "Lo pondría en un barquillo y lo chuparía hasta acabármelo", en referencia a un chico guapo, pero muy guapo.
Esa noche escucharíamos a Almudena Grandes, autora de “Las edades de Lulú” hablar sobre el premio que le cambió la vida y la persistencia que se necesita en esto de la escritura. Del compromiso que significa escribir de madrugada o en una libreta en horas de trabajo. Una señora muy intensa y generosa que me invitó a una margarita en el “Dandys”, la cantina más tradicional del rumbo, y se tomó una foto conmigo cuando le conté de Roberto Góchez, su fan remoto de El Salvador.
Esa noche bailaríamos en “La Estrella”, antro kitsch y encantador por cutre. Recorreríamos en las siguientes jornadas, de día, los centros culturales para las respectivas lecturas en las que seríamos testigos del buen nivel de los participantes; al caer la tarde, comeríamos tacos de carne asada con guacamol; y, de noche, tomaríamos la vida tan en serio como solo puede hacerse con un vaso de michelada o una margarita en la garganta.
Tuve la sorpresa de encontrarme al Medel, cantautor Navachistero, en "El Lugar del Nopal" y ver su póster junto con otro del David Aguilar, al que siempre recuerdo con intenso cariño.
Esa noche escucharíamos a Almudena Grandes, autora de “Las edades de Lulú” hablar sobre el premio que le cambió la vida y la persistencia que se necesita en esto de la escritura. Del compromiso que significa escribir de madrugada o en una libreta en horas de trabajo. Una señora muy intensa y generosa que me invitó a una margarita en el “Dandys”, la cantina más tradicional del rumbo, y se tomó una foto conmigo cuando le conté de Roberto Góchez, su fan remoto de El Salvador.
Esa noche bailaríamos en “La Estrella”, antro kitsch y encantador por cutre. Recorreríamos en las siguientes jornadas, de día, los centros culturales para las respectivas lecturas en las que seríamos testigos del buen nivel de los participantes; al caer la tarde, comeríamos tacos de carne asada con guacamol; y, de noche, tomaríamos la vida tan en serio como solo puede hacerse con un vaso de michelada o una margarita en la garganta.
Tuve la sorpresa de encontrarme al Medel, cantautor Navachistero, en "El Lugar del Nopal" y ver su póster junto con otro del David Aguilar, al que siempre recuerdo con intenso cariño.
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Al "Zacas", llegaríamos con el novel y comprometido poeta mexicano Jonathan Curiel. Ese sótano se erigiría en el recuerdo como la cantina donde mejor se alcanza el estado de fumación y gozo. Capaz de atravesar la vida y causar “Zacas Sensations”.
Trepadas en su carro antiguo nos sentiríamos como en La Habana, recorriendo las arterias de una ciudad decadente pero digna.
Más allá, atravesaríamos la roja Coahuila y la inquieta Revolución como si fueran las calles en las que crecimos. Jorge rayaría burros, niños y una muchacha, interpretación de su Tía Juana, posmoderna y con revólveres, con esténcil, a través de la ciudad oscura, con un séquito de encubridores, nosotros, detrás de él. Yo rayé mi primera pared.
Eva y yo daríamos un taller de creación que cuelga de la memoria con su foto de Pedro Infante. Sentiríamos frío y un calor inconmensurable en el pecho. Las horas se alargarían.
Veríamos el muro desolador e injusto, símbolo del fascismo y el genocidio a través de las fronteras y la exclusión. Y seríamos testigos de la prepotencia que cayó en el absurdo y el patetismo de Rubén Bonet, supuesto escritor anarquista.
Comeríamos tostadas con mariscos, los mejores tacos de camarón de la historia y un pescado cuyo nombre era lírico y su abundancia nos rebasó. La playa fría nos regalaría dos soles.
Recitaríamos en la calle con megáfono y regresaríamos a casa con el alma cambiada por un soplo que entró sin pedir permiso y amenaza con ser eterno. Tijuana Makes Me Happy. Me enamoré de (en) Tijuana y ahora conjuro el momento de llegar al valle del Silencio, siempre mirando al norte de este país inmenso, terrible y amoroso, esperando volver a bailar contigo como la primera noche en “La Estrella”, cuando todo lo que nos pasó, comenzó bajo la luz cómplice de unos focos de neón.
Trepadas en su carro antiguo nos sentiríamos como en La Habana, recorriendo las arterias de una ciudad decadente pero digna.
Más allá, atravesaríamos la roja Coahuila y la inquieta Revolución como si fueran las calles en las que crecimos. Jorge rayaría burros, niños y una muchacha, interpretación de su Tía Juana, posmoderna y con revólveres, con esténcil, a través de la ciudad oscura, con un séquito de encubridores, nosotros, detrás de él. Yo rayé mi primera pared.
Eva y yo daríamos un taller de creación que cuelga de la memoria con su foto de Pedro Infante. Sentiríamos frío y un calor inconmensurable en el pecho. Las horas se alargarían.
Veríamos el muro desolador e injusto, símbolo del fascismo y el genocidio a través de las fronteras y la exclusión. Y seríamos testigos de la prepotencia que cayó en el absurdo y el patetismo de Rubén Bonet, supuesto escritor anarquista.
Comeríamos tostadas con mariscos, los mejores tacos de camarón de la historia y un pescado cuyo nombre era lírico y su abundancia nos rebasó. La playa fría nos regalaría dos soles.
Recitaríamos en la calle con megáfono y regresaríamos a casa con el alma cambiada por un soplo que entró sin pedir permiso y amenaza con ser eterno. Tijuana Makes Me Happy. Me enamoré de (en) Tijuana y ahora conjuro el momento de llegar al valle del Silencio, siempre mirando al norte de este país inmenso, terrible y amoroso, esperando volver a bailar contigo como la primera noche en “La Estrella”, cuando todo lo que nos pasó, comenzó bajo la luz cómplice de unos focos de neón.
3 comentarios:
Amé la forma en la que te expresaste de mi ciudad. =D
Acá siempre serás bienvenida, Lauri =D
Hola Lauri. Te confirmo que eres candidata o nominada al Premio Semifusa 2009 de Literatura. Puedes votar a través de http://revistasemifusa.blogspot.com
¡Mucha suerte!
Uhm...
Tijuana es, según algunos, puerta, según otros, orilla, y siempre, mar inmenso, desierto estrepitoso, y una excelente muestra de lo que,de verdad, es este México tan amado, tan enorme, tan tan...
Aplausos, poetaza, y a la meiga gallega iguanas.
la illoldi
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