Cada año escribo algo sobre la coincidencia
de acumular tiempo en el cuerpo. Releyendo lo que escribí a los treinta me
siento, sin duda, menos triunfal y con una visión menos hiperventilada de lo
que soy.
Es una hebra, tal vez más cerca del realismo
sutil. Ni vencedores ni vencidos. Tal vez porque en los últimos años de mi vida
me tocó dejar ir. Ideas preconcebidas, triunfalismos, amores, amigos que se
convirtieron en antítesis.
El lunes pasado fui a un retiro budista y me
he descubierto así, en los últimos años, yendo más horas al yoga o a las clases
de huerto urbano que a fiestas, aunque eso no significa que si dicen cumbia no
baile desde la primera hasta la última.
Hace un año, estuve a punto de tomar un empleo
que implicaba trabajar al menos ocho horas diarias en algo que no me gustaba
del todo, al final, no acepté, me replegué, seguí persiguiendo mis proyectos,
escribí, di clases, talleres, produje teatro e hice mi primer curaduría, la
suma me llevó a un festival de poesía en Kenya y a conocer Ruanda y la frontera
con Tanzania.
Antes de cumplir estos 34, me volvieron
algunas sombras, el tiempo nos recuerda los deseos no satisfechos, ciertas
personas que nos importan para las que ya solo somos un recuerdo, pero el
retiro del lunes me recordó que el dolor humano también viene de la avidez, del
querer querer a lo wey.
Y lo que deseo es llevar este cuerpo hacia la
templanza. Con todo y sus kilos de más que se andan resistiendo a irse y que
algunas personas me recuerdan de vez en vez, con cierta impertinencia.
Pero lo cierto es que, cada vez más, me
siento bendecida, por estar viva, precisamente por este cuerpo que se llena de
aire hasta la panza, porque desde hace tres años, por primera vez en mi línea
de tiempo, me siento amada, correspondida y cuidada por El Muchacho. Por la
casa-cubil, por la vanguardia emocional, por la familia y los amigos, los de
deveritas. Por la mancha de la escritura.
El lunes hice una meditación para aprender a ver
la impermanencia. El cuerpo cambia. Fuimos cigoto y seremos polvo. No hay por qué
creernos importantes. La vida la tenemos prestada, como dicen las abuelitas. Si
nuestras moléculas se resisten al cambio, sufrirán, por eso, que sigan los
ciclos y que la energía metafísica que siempre cuida a las muchachas como yo continúe
su curso.
El sábado es la fiesta y habrá que bailar
cumbia hasta que duelan los pies.
A los que han estado conmigo todos estos
años, ustedes saben quiénes son, sin dañarme, juzgarme y amándome exactamente como
soy, con mis matices y sinuosidades, les dejó un abrazo fuerte desde el plexo
solar.
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