Espíritu,
la palabra
algunas
luces rebotando en las paredes
tal
vez las oraciones o la idea
de
preguntarnos por el signo y la lengua
que
se extiende para multiplicarnos
en
el bosque.
La
lluvia
seguro
pero
no la palabra ‘lluvia’
sino
el agua que rebota contra el cuerpo
tu
cuerpo y el mío avanzando por la calle
desenrollando
el tiempo que nos hiere con su hiel de certezas raídas.
El
capullo
o
la verdad que se encuentra dentro del capullo.
La
flor
o
su recuerdo de viejos lirismos.
Esta
madrugada y dos sombras en el habitáculo
del
susurro de tus juegos y estas teclas.
El
beso
o
la naturalidad del beso que no se pide
sino
que se deshoja.
Espíritu,
la ciudad viéndonos con sus ojos inundados
la
tormenta sobre las sienes y los árboles de nuestra calle
-esta,
la que hicimos nuestra
con
paseos supersticiosos y zigzagueantes-.
El
silencio
el
silencio que nos envuelve en el capullo de los charcos
la
mirada afilada para sortear los obstáculos
o
las personas amenazas.
La
garganta
la
garganta a veces volviéndose raída
(la
voz es algo que se desgasta
si
se le permite la rabia).
El
deseo
el
deseo de que las certezas nunca sean las mismas
después
de la tormenta y sus charcos.
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