No voy a defender al ex presidente salvadoreño Mauricio Funes. Cuando yo era estudiante de Comunicación y Periodismo, hace unos trece años, lo entrevisté y le creí su discurso, crítico y democrático. Obviamente, luego dejé de creerle. Después, anduve reporteando cuando recibió en los primeros días de su mandato al Fondo Monetario Internacional y nos endeudó, a mi juicio, excesivamente, lo comenté pero nadie me paró bola. "Era necesario", dijeron.
Luego, desde lejos me caían mal sus exabruptos: sus carros de lujo para atravesar el boulevard Monseñor Romero (mártir), su intento de ponerle a la sala presidencial como el poeta Roque Dalton, cuando tenía empleado a uno de los asesinos de Roque en su gobierno y ahora la noticia de lo que se gastaba en trajes.
Tampoco creo, disculpen, que Funes haya sido el peor presidente de El Salvador, rescato algunos proyectos que hizo en salud y educación y tampoco creo, disculpen, que los presidentes del Frente sean "iguales" a los de ARENA.
Tampoco estoy de acuerdo con el columnista que dijo que el gobierno de Funes devino en ¿nada? Lo que sí creo es que esa polarización ya dio lo que tenía que dar y que será mi generación y las que nos siguen las que deberán crear nuevas y más justas fuerzas políticas.
Tampoco estoy de acuerdo con el odio a Funes, en general, no estoy de acuerdo con ningún odio, ni siquiera con el que le dedicaron al ex presidente Francisco Flores. Creo en la conciencia de clases pero no en el odio de clases. Ahora, tengo una pregunta. La mayoría de los colegas que arremeten contra el FMLN y Funes y ARENA y Flores, creo, son, de clase media.
Y me podrían decir; hay muchos que mucho hacen, me consta, no se ensatanen; qué hacemos como clase media y sociedad civil para detener la violencia, la pobreza y la corrupción en El Salvador.
Porque cuando pienso en la clase media salvadoreña, la siento prepotente, criticona, poco solidaria, cuidando su estatus, su zonita de confort, sus gustitos, preocupada por sus pensiones (yo también lo estoy), escandalizada porque la violencia llegue adentro de nuestras casas enrrejadas con alambre razor y cuidadas por el vigilante de la colonia. Algunos, los más pudientes, cuidan sus mejores privilegios, sus casas en la playa, sus viajes al extranjero.
Pero gran parte de la clase media salvadoreña es yuca, despiadada y cruel, clasista, no le paga a las trabajadoras del servicio doméstico lo justo, las visten con uniforme, les dicen "choleras", putean cuando van en el carro, le meten el carro al otro si pueden; muchos, no todos, no se ensatanen; se valen de palancas y amiguismos para escalar, practican el machismo, llaman a algunas mujeres promiscuas "zorras", padecen alcoholismo, diseminan violencia, ruido, odio o violencia intrafamiliar.
Pero la clase media está enojada, contra lo que hizo Flores, contra lo que hizo Funes. Pero qué hace la clase media, honestamente, a diario, además de putear y quejarse de sus gobernantes, para detener la violencia, la pobreza y la corrupción en El Salvador. Digo. Y los que dan la vida a diario en contra de la violencia, la pobreza y la corrupción en El Salvador no se den por aludidos. Fin de la transmisión.
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