2018 fue un año infame para mí pero no tanto como el 2017. Estos dos años han sido personalmente difíciles para mí, cuesta arriba, titánicos, inclementes, por lo que, estar de pie al final de este período temporal es una gracia a la que me abrazo.
La
metamorfosis radical que me ha implicado ser madre continúa, dentro
de mí se abrió la caja de triques, la caja de Pandora de lo no
resuelto, de repente, criar me devolvió a la infancia, a la luz y al
dolor que ello implica. El cansancio físico de criar es
indescriptible, pero también el cansancio emocional que ello
conlleva. Y no se diga, la falta de comprensión, empatía y
solidaridad hacia quienes criamos.
Mi
mejor amigo, Javier Norambuena, me dijo dos frases con las que
termino el año: no hay que gozar del fantasma; no hay que gozar del
dolor, porque ello lastimará a su niña interior. De la intemperie
al gozo, así fue mi 2018.
Lo
mejor, sin duda, es terminar el año compartiendo con mi marido y con
mi hijo, pero ello no es una postal ni algo superfluo, nos ha costado
mucho trabajo emocional y físico. Extraño a mi familia salvadoreña
y espero poder abrazarla pronto.
De
lo mejor de mi año fue ver encarnar a mi obra de teatro “Mamífera”
y, en el camino, compartir el arduo trabajo con la increíblemente
talentosa actriz y directora Alet Rojas; la inteligente y bella
Melanie Aragón; el intenso y hermoso Edgardo Flores; el colaborador
y noble Josué Zavaleta y la talentosa y bella actriz Paola Vianey
Gudiño; poder conocer más de cerca a Abdhalá García, Ada Mendiola
Kuri y Silvia Salazar Almenara, quienes me dieron una enorme lección
de solidaridad y apoyo cuando califiqué la actitud de una actriz y promotora
local y la de su marido como injusta y clasista y tuvimos que salir de un proyecto que
no nos beneficiaba. Este año también tuvimos que escribir dos
cartas contra un periódico local que nos mencionó en una nota poco
informativa y antiética. En resumen, el camino por dignificar
nuestro trabajo como creadores de arte sigue en pie.
En
el ámbito personal, lo más importante que aprendí este año fue
que debo amar a mis amados tal como son pero también dejar claros
mis límites y lo que no estoy dispuesta a admitir. Las personas no
nacimos para cumplir las expectativas de nadie.
Deseo
para los míos y para mí, y para todos los que pasan por estas
líneas, amor realista, paz espiritual, mucho trabajo digno,
estabilidad económica, muchas líneas subrayadas en los libros,
mucha agua y mucho mar. Que la nobleza de nuestro corazón no
trastabille y se imponga a la naturaleza egoísta, cruel, violenta y
agresiva que habita cada ser humano. Y tengo otro deseo, que no voy a
publicar y que me lo diré en silencio hoy a las doce de la noche.
Estoy
de pie. Como dice el poeta chileno Raúl Zurita: “La vida es muy
hermosa, incluso ahora”. Gracias a mi familia y a mis amigos que me
aman tal como soy, a mis ángeles humanos que me permiten estar viva
y escribir. Viva la vida.
Lauri García Dueñas, 31 de diciembre de 2018, Acapulco de Juárez, México.