
los flamencos humanos parados en una sola sílaba
las paredes manchadas de la noche
el suelo cuadriculado de palma dura
la risa de tus comisuras
los insectos de mis entrañas
la metafísica del roce
las mañanas en la plaza
lo que aprendí de niña y no he olvidado
el deseo de los vientres de las ballenas que debe ser muy grande
la miseria, el espanto, la injusticia absurda de la humanidad
la tristeza de los locos y su repentina alegría de objetos rotos
el dolor
las cadenas que se le imponen al cuerpo
la cicatriz que me marcaron a fuego
la tienda de helados cerrada y a oscuras
el papel sucio detenido en la banqueta
mis dedos metiéndose en tu pelo
el olor del café en tu cocina
tu boca erguida sobre todos mis días
la autoridad de tu cuerpo que es el fuego de mi cicatriz
la pantomima de las sombras, el camino filoso de los nómadas
el recreo de los niños, la nostalgia de las campanas
la desolación de las escuelas
mi dolor
tengo una necesidad imperiosa de volcarme
de prender la luz
mi padre me pide que escriba de las calles, de la gente y de la lucha diaria
y vos también
pero yo tengo unas ganas imperiosas de escribir los dobleces de mi carne
la historia paleolítica de mi corazón
tus bolsillos contrabandistas de hormigas rojas
la angustia del reloj de arena
la insignificancia de las uñas
el olor del pasto
el sol acariciando mi ventana
la taxidermia de mis manos
mis sueños de velocípedo y jirafa
y una frase intuida de la gente, de las calles y de la lucha diaria:
“el amor nos inventó”.
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