
Ella tiene las líneas más sencillas que él haya visto.
Él es una
explosión sonrojada frente a sus ojos (los de ella). Ha huido de sus brazos cuando
todo se complicó, cuando las tardes y los balcones enraizaron su corazón a una
pasión poco sencilla.
Ella ama
las noches de lluvia que mojan la tierra de la casa de sus padres cuando vuelve
y, aunque perdió por la guerra a todos sus amantes, en el recuerdo más hondo de
su hechura permanece aquel día venturoso en el que, sin sonrojos, dejó su ropa
en el diván del pintor.
Él le
enseñó la parte egipcia del museo de Louvre.
Ella deseaba
que Modigliani recibiría en vida el reconocimiento. Pero nunca fue así.
Él dejó de
escribirle un día.
Ella murió
muchos años después, pero antes volvió al París apolillado, a soñar con sus
cuerpos entregándose en tardes bochornosas, al otro lado de los barrotes.
En un
colchón pegado al piso, descansan los amores incapaces de derrumbarse.
Él insistía
en ignorarla.
Ella
aprendió a amar a los gatos cuando él pintó frente a su silueta sus dos felinos
favoritos. Ella tenía una mancha al costado (la gata).
Tiempo
esférico de almas tristes, océano de escasez, no nos quites estos instantes
muertos desde un segundo tardío, danos la sabiduría para aceptar lo indisoluble
por breve, guárdanos en la curiosidad de los amantes que a nuestro fin seguirán
buscando en nuestras cartas el secreto.
El secreto
que no existe es fácil, ninguno de nosotros terminaría su vida a merced de ese
tiempo. Éramos insuficientes. Demasiado jóvenes. Rumor.
La verdad
es que fuimos bien cobardes.
2 comentarios:
me parece que salieron unos grandes trabajos del ejercicio, laurigarcía, me marcho a imprimir libro
buon giorno, pricipessa!
besote
mi reina el final en verdad, me mata.
te adoro.
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