Siempre me gusta contar la historia. Que nos
conocimos en un curso de literatura cuando alguien que no me amó platicaba
conmigo.
Repito lo de los dulces de cereza que me
regalabas ‘casual’ y que tal vez ya no compras. El mensaje que te envié a tu
celular: “A ver cuándo me das los besos en la realidad”.
Las dos veces que intenté que vinieras al
departamento para seducirte y fallé. El beso aquel debajo de la torre de la
facultad. El beso más largo en una casa a medio construir. Los poemas dichos de
memoria en el Metrobús.
La espuma de la cerveza negra de aquella primera
vez sentados frente a frente en un bar de mesas de madera. Yo escribiendo y vos
leyéndome la vida en mis garabatos.
Tu paciencia. Tu paciencia de seguro llenaría
está página.
La falta de glamour que deviene con la vida
cotidiana.
Los hoteles de paso, alguno más elegante,
tiendas de campaña que paramos de milagro, mi torpeza para decirte que te
quedes, mi ira que persiste demasiado, contra mí, contra la humanidad.
Creo que convivir con alguien a diario, si
funciona, o no, forma parte de un proceso de santificación. Pero hay tantas
cosas de por medio.
Las pequeñas cosas. Tan simples como que digas
que tú sí quieres seguir y yo, avergonzada de mí, camine por el pasillo blanco
de este lugar alquilado que llamamos casa y me pregunte ¿por qué este hombre
quiere seguir conmigo si soy tan insoportable como el mal tiempo?
La lejanía no es por el momento posible,
cualquier tipo de distancia produce burbujas de desesperación en mi psique.
Aprender a distinguir la dependencia, la
necesidad, de este lugar en el que tal vez, si todo sale bien, habremos
aprendido eso que la gente llama incondicional.
Tu fragilidad de persona, de masa y cuerpo, me
preocupa, la tan sola posibilidad de que sufras algún daño infligido por el
mundo exterior o las personas.
Quizás esto era el amor y no sé cómo ordenarlo.
Cerveza fría, tus dedos golpeando un teclado en
la habitación contigua, jugando o escribiendo, tu boca sacando un poco de aire
en tos, tus ruidos, tu música, una llamada telefónica que parte el aire.
Quién llama, no te vayas.
Espero que cuando leas estas líneas todavía estés
aquí.
El que a ti también te duela el mundo y compartir
eso de las aves negras del pensamiento, pero al final tus salidas son dulces y
contundentes. Sabio precoz.
La forma en que doblas el cuello como una
tortuga cuando quieres poner una coma en la vida. Una pausa, un signo de
puntuación.
Tu mano derecha jalándote el pelo con fruición
cuando estás nervioso.
Tus gestos aparentemente inamovibles pero llenos
de signos.
Es tan difícil vivir enamorada, cuando nos
enseñaron que el fracaso, que el dolor.
Espero que cuando leas estas líneas todavía
estés aquí, que siempre te quedes y que lo que aún nos separa se disuelva.
2 comentarios:
esta bueno, me ha gustado
Y... quE pasO?
(AquI nadie me da mis vitaminas)
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