En la mañana, comí
avena, con leche y miel y el clásico bolillo de leña de nuestra
colonia, el mejor del planeta, mejor que cualquier pan francés, y
nos fuimos con tu papá y con tu tía Eli, quien vino desde El
Salvador para tu nacimiento, a la consulta de la doctora Rebeca.
Habíamos pasado varias
semanas nerviosos pues te medían con fruición con el temor de que
se agotara tu líquido. Ese jueves al mediodía, luego de la
consulta, todo parecía indicar que habría cesárea aunque yo ya
tenía dos noches con contracciones y tú, 41 semanas y ninguna
prisa.
Yo me puse a llorar en El
Zorrito, el restaurante al que me llevó tu papá cuando lo visité
por primera vez en Acapulco. Hice tres llamadas: a Ángeles, la
homeópata, quien me redobló la dosis de chochitos azucarados; a Ana
Cristina, quien te mandó reiki durante todos esos días
fundamentales, y a Ligia, nuestra doula, que ha sido crucial para
nuestra pequeña familia.
Ligia me invitó a la
calma, pues se trataba del gran día de tu nacimiento y yo no podía
estar “hecha leña”. “Vuelve al inicio”, me pidió y nos
fuimos los cuatro a nuestra casa y, a las 3 p.m., me comí un caldito
de pollo que yo misma había hecho, me tranquilicé y agarramos el
montón de tanates (una hielera con dulces, semillas y chocolates, tu
bañera, amuletos, incienso, fotografías familiares, ropa, unas
mangueras, cojines, una pelota inflable, mis discos favoritos) que
habíamos preparado para tu parto y nos trepamos al coche del tío
Edgar.
A las seis, nos
confirmaron en el consultorio de que nacerías por cesárea, yo me
asusté y tu papá se veía francamente triste porque durante meses
nos preparamos para un parto natural y en agua. Pero luego nos
envalentonamos y nos fuimos al hospital.
Como dijo mi amiga March;
quien vino a verte dos semanas antes con su hermosa hija Felisa, que
te trajo 24 paquetes de chocolates para que regaláramos a tus
invitados en tu cumpleaños número cero; “será lo mejor”. Y
precisamente así fue, naciste el jueves 24 de marzo a las 9:18 p.m.
frente a la bahía Santa Lucía, la más hermosa del planeta, luego
de que tu padre me cuidase de parte del personal médico que todavía
no sabe qué es un parto humanizado. Pero el tuyo lo fue.
Una cesárea humanizada,
con música, tu padre pudo estar en todo momento con nosotros y cortó
tu cordón umbilical. Y Ligia, cuando tuve frío en la anestesia, me
recordó que cada uno tiene su vela interior y yo vi la mía. La tuya
es inmensa.
Tu primer grito es el
momento más entrañable de mi vida. Las palabras alegría y
felicidad no son suficientes para recrear la luz vital de tu grito
iniciático. Soy imperfecta, seré una madre imperfecta, pero una
madre que te ama desde antes de concebirte y que no dejó de
decírtelo en nuestros primeros 40 minutos juntos, en los que te
abracé, besé, amamanté, lloré y te dije hasta el cansancio que
eres lo más amado.
Tu padre fue y es, como
dijo Ligia, la energía arcangélica que veló y vela por nosotros,
me cargó y bañó en el hospital, no pegó el ojo cuidándote en tus
primeras horas y primeros días. Un hombre; “solamente soy un
hombre”, dice él; para quien la familia es lo más significativo
entre todo el caudal del mundo.
Durante tu nacimiento,
mientras temblaba por la anestesia; y sí tuve miedo por ti, por mi y
sí vi el túnel; le conté a Ligia la primera vez que miré a tu
padre en un pueblo remoto de Guerrero, Arcelia. Desde que lo vi, me
gustó, poco después yo ya lo amaba sin medida, como dicen las
canciones populares. Todo se sucedió impetuoso hasta el 15 de julio
de 2015 cuando nos hicimos la prueba de embarazo y una torva de luz
nos explotó en los ojos y los estómagos.
Desde la primavera
anterior, él me pidió una medianoche que durmiera todas las noches
de mi vida con él, yo le dije que sí y un año después naciste tú,
en primavera.
Desde que te pusieron en
mis brazos, la noche de tu nacimiento, no dejé de sonreír, luego
entristecí repentinamente en mi puerperio, porque tu llegada
telúrica y tus gritos de Tarzán de la selva partieron mis nervios y
mi vida antigua en un franco antes y un después. He llorado al no
dormir y le he dicho a tu padre que tal vez “no pueda” pero,
hijo, tu belleza encarnada, el saber que fuimos capaces de crear otro
ser a partir de nuestro amor, nos dará la fuerza prometeica para
criarte y acompañarte en tu ruta para ser un buen hombre. Llenarás
tu nombre, Agustín, niño de ti, niño de mí, niño nuestro,
consagrado por los augurios. Has nacido para tu goce y tu plenitud.
Te amamos.
Lauri García Dueñas
Colonia Libertadores,
Acapulco de Juárez, México, martes 19 de abril de 2016.
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