“El infierno son los
demás”, dice Jean Paul Sartre al final de su libro “A puerta
cerrada”. Yo no estoy del todo segura de que así sea, aunque a
veces lo piense. Lo cierto es que ir al encuentro con el Otro es
complejo y desgarrador, aunque en algunas ocasiones otorgue frutos
resplandescientes.
El mundo se está cayendo
a pedazos, se están desmoronando los Estado Nación, el entorno
natural es cada vez más reducido, se están extinguiendo hasta las
conchas del mar y las abejas, lo sabemos, pero la soberbia personal y
social impide a muchos hacer hasta la más mínima cosa por el Otro
desconocido: preocuparnos por el destino de nuestros desechos
sólidos, vigilar el propio consumo, utilizar adecuadamente el
recurso energético y, en Acapulco, o donde leas esto: no tirar la
basura y las latas de cerveza a tu paso.
Lo he visto, te terminás
tu agua fresca y aventás tu plastiquito con todo y popote a uno de
los arroyos de la colonia donde vivo. Parece que no hubiera mañana,
que el futuro fuese una abstracción demasiado lejana.
Podríamos, por ejemplo, empezar por no devastar el entorno inmediato, natural y social. La gente no pone atención ni siquiera por donde camina, se pasa llevando al Otro transeúnte, literalmente y en metáfora. Parece que está suspendida la mirada hacia lo que no es individual, consumible o autocomplaciente.
Podríamos, por ejemplo, empezar por no devastar el entorno inmediato, natural y social. La gente no pone atención ni siquiera por donde camina, se pasa llevando al Otro transeúnte, literalmente y en metáfora. Parece que está suspendida la mirada hacia lo que no es individual, consumible o autocomplaciente.
Por ejemplo, podríamos
ir hacia nuestro productores, México tiene las verduras, frutas,
cereales y materias primas para reactivar el autoconsumo, habría que
consumir aquellos productos que vienen de nuestros alrededores, de
pequeños productores y distribuidores.
Pero sobre todo podríamos
pensar en una ecología de la convivencia, todavía me pregunto qué
ocurre en el pensamiento de las personas que tocan el cláxon como
degenerados o esparcen ruido mediante enormes bocinas destruyendo
tantos sistemas auditivos ajenos, tampoco comprendo a las personas
que utilizan el transporte público y miran al cristal para no dar el
asiento a ancianos, mujeres embarazadas o con niños. Estos
aparentemente insignificantes usos y costumbres esconden la polusión
no solo del medio ambiente sino del alma y el espíritu. No quiero
colocarme como juez retórica de todas estás prácticas, porque ante
todo, cuando decimos que hay que revisar la ecología de la
convivencia o los patrones de consumo nadie queda impune.
El periodista argentino
Martín Caparrós acusaba a nuestra generación de estar obsesionados
con la ecología y la revolución verde, el andar en bici, los
huertos urbanos, etc. a lo cual le interpelé que su generación no
logró cambiar la injusta redistribución de los recursos ni
concretar una revolución social coherente, representativa e
incluyente por lo que no es de extrañar que muchos de mi generación
optaran por afincarse en la lucha por los recursos naturales y otras
acciones sociales menos beligerantes que las anteriores.
En medio de todo este
espasmo, el sujeto individualista que nos heredó la revolución
industrial y el capitalismo, infatuado de sí, queriendo comprar
cosas que le den placer inmediato o satisfagan sus necesidades
creadas, mirando el brillo de las pantallas electrónicas sin
importar que del otro lado esté, en carne y hueso, otro ser humano,
como esas parejas que salen a bares o restaurantes pero no se miran,
porque miran a su celular.
Asolados por la
violencia, la pobreza, el crimen, la flexibilidad laboral o el
desempleo, en pleno declive de la antes llamada clase media; el
sujeto puede ser privado de su libertad como en el libro “A puerta
cerrada” y no solo de la libertad de poder vivir en un entorno
promisorio, natural y justo, sino, en efecto, privado de su derecho
de circular en el afuera social. En Acapulco, hay al menos 2200
personas en el Centro Regional de Readaptación Social (CERESO) de
los cuales la mayoría no recibe visitas.
Me lo decía una de mis
estudiantes del taller de poesía en este lugar, Alejandra, mediante
la analogía conocida del pájaro enjaulado, aduciendo de que fue
privada de lo más importante que poseía como ser humano, este
afuera derruido en el que ahora nos encontramos. “La libertad es un
sueño de verdad”, me dice Berenice, otra mujer de 39 años, presa
desde hace 15 años.
Y los que estamos de este
lado no solemos pensar qué ocurre en las cárceles de nuestras
sociedades violentas, porque a pesar de los crímenes que hayan
cometido los sujetos ahí recluidos, no es plausible que vivan
hacinados, consumiendo comida de calidad dudosa, sin respeto a sus
procesos jurídicos y a merced de abusos de jueces, policías y
custodios.
Entonces, en el apotegma
“el infierno son los demás” de Sartre subyace la incapacidad del
sujeto moderno y posmoderno de ir hacia su semejante, de pensar en el
Otro desconocido y múltiple con el que compartimos el entorno
natural y social, ambos en debacle por hacer del individualismo la
meca de la cultura occidental.
Mi propuesta sería
practicar una ecología de la convivencia, no solo siguiendo las
recomendaciones repetidas por los ecologistas hacia el afuera, sino
revisando las prácticas micropolíticas y microsociales de cada uno
de nosotros, para ver si no estamos siendo despótas con nuestro
entorno o semejantes; reconocer que el infierno es uno mismo si solo
vivimos para saciarnos nosotros o a nuestro pequeño entorno
familiar, a veces ni siquiera para él, conviviendo sin mirarnos,
pasando por encima del otro si es necesario, en el autobús, en el
trabajo, en la vida, para alcanzar fines mezquinos,
autocomplacientes, efímeros y radicalmente injustos.
Y esto también nos
incumbe a nosotros los creadores que no formamos un núcleo menos
voraz que la sociedad en general. No debemos multiplicar la sinrazón
de la injusticia, la corrupción y el desinterés por el Otro
conocido o ausente. Hay un afuera que se consume por la negligencia
de nuestra especie, una serie de libertades extinguidas, sujetos
recluidos en pésimas condiciones físicas y humanas y un ejército
de personas preocupadas por consumir y autocomplacerse mientras miran
su parpadeante teléfono celular la mayor parte del día. Qué
haremos los creadores al respecto, cómo colaboraremos en impulsar
una ética de la convivencia social, de la solidaridad fáctica, no
solo en palabras, son algunas de las preguntas que dejo en la mesa.
Lauri García Dueñas
Domingo 17 de julio de
2016, Colonia Libertadores, Acapulco de Juárez, México.
Primer
Festival de Poesía “Avispero”. Chilpancingo, Guerrero, México.
Del 22 al 24 de julio de 2016.
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