Desde que nació Agustín,
la palabra patria es todavía más incierta y dúctil para mí,
porque aunque tengo diez años viviendo en el extranjero, para los
mexicanos soy salvadoreña y para los salvadoreños, mexicana.
Quedé entonces en el
limbo de los desterrados y exiliados por voluntad propia, con los
afectos divididos y cada día extrañando a la mitad de mi vida,
independientemente de la geografía en que me encuentre.
Pienso en la palabra
patria y me vienen a la mente el mar Pacífico, la lengua española,
los vínculos sanguíneos y escogidos, la tierra negra, la arena,
cierta música y lo mismo una pupusa que un buen mole verde.
Cómo, ahora que soy
madre, le enseñaré a mi hijo lo que siento por un país en el que
no vivimos. He empezado, sin planearlo, mediante el lenguaje, surco
de tantos equívocos. Le canto el Poema de Amor de Roque Dalton,
versión Yolocamba Ita, y cada vez que lo hago mis ojos se vuelven
laguna viendo en Youtube a los hijos de Roque llorar, no por el poeta
sino por el cuerpo del padre desaparecido, asesinado y sin sepultura,
le canto “Canasunganana” de Exceso de equipaje, que en la
universidad no me gustaba y ahora sí. Lloro pensando en la abuela
trabajadora a la que le urge que el bebé duerma para hacer el
quehacer, como a mí. El llorar, en mi caso, es un mecanismo
descompuesto, como dice Rosario Castellanos. Últimamente, tengo el
botón de llorar en ON cuasi permanente. Hormonas, dicen.
Desde este país
diferente que es la maternidad, también le canto “El sombrero
azul”, versión Ali Primera y en mi voz quisiera que cupiera , al
menos, lo que sé del paisito desde la cruenta masacre de 1932, poder
contarle de la guerra civil, la violencia, pero también quisiera
regalarle a mi hijo una bandada de pericos extintos a las 5 p.m. o
una nieve del Pops.
De qué se trata entonces
esa sustancia incierta denominada “patria”. Antonio, uno de mis
estudiantes del taller de Poesía Vida en el reclusorio de Acapulco,
dijo que patria es lo que tú quieres que sea. De repente, una se
siente sin suelo, al menos yo me siento así a un año de haberme
mudado de ciudad, y, de pronto, me asola el vértigo por lo
desconocido o lo que me queda por construir de posibles vínculos.
Mientras esta ola de
vértigo pierde fuerza y voy cayendo en situación; la canción, mi
propio canto, la música, se ha vuelto parte de la patria fragmentada
que comparto con mi hijo.
Pronto, él conocerá a
mis padres, a mi familia, a varios de mis amigos de allá, el color
del cielo de El Salvador, la vista al volcán de San Salvador y un
poco del sabor de la comida que se vuelve patrimonio emocional en la
infancia y tendrá, al menos, dos patrias (El Salvador y México),
resquebrajadas, asoladas por circunstancias sociales extremas, pero
también como un cosmos lleno de posibilidades.
Para mientras, le sigo
cantando y, aunque supuestamente no me entienda, yo sé que me
entiende, seguiré tarareando todo lo que pueda recordarme a El
Salvador. La patria también es canto ¿Verdad?
2 comentarios:
Y de pronto, a las lágrimas de tus palabras y las mías; las lágrimas, vuelvo a sentir que estando yo al otro lado del mundo... las posibilidades de mi micromundo que es El Salvador son infinitas y entonces duele más la suerte de ese manojo de seres humanos y esos millones de manos y almas.
Gracias Lauri por tan hermoso post. A punto de ser mamá y me siento tan identificada con tus palabras. Gracias por describir tan bien esa noción de patria que para mí, ha cambiado y mutado tanto desde que vivo en aquí en los Estados Unidos. Un gran abrazo lleno de mucha admiración y respeto.
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