Conocí a José en abril
de 2015 en la Tercera Feria del Libro Guerrerense. Conocí a José
cuando me cimbró y me retorcí de la risa al escucharlo leer
fragmentos de su novela aún inédita, por sus diálogos francos, por
su forma puntillosa de burlarse amorosamente de todos aquellos que
asistan o impartan un taller literario. Conocí a José por cómo
Efraín hablaba de él. Por su admiración y su cariño que luego se
convirtieron en mi admiración y cariño también. José Dimayuga
falleció el sábado 4 de noviembre de 2017 en el hospital general de
Chilpancingo, Guerrero, México. El sistema público, el gobierno que
algunos meses antes le había hecho un homenaje literario, no pudo
salvarle la vida. Uno de los mejores dramaturgos de México y el
planeta falleció a los 57 años de una fiebre tifoidea mal tratada
en un hospital público donde los trabajadores del banco de sangre se
tomaron vacaciones y las autoridades de salud se tardaron en
atenderlo adecuadamente.
En 2017, pude compartir
más con José porque coordiné el Taller de Dramaturgia Gesto y
Escritura para la Secretaría de Cultura de Guerrero en el que él
impartió el módulo de Introducción a la Dramaturgia y propició
que, en sólo cuatro sesiones, los estudiantes estructuraran diálogos
pertinentes para sus proyectos y dotados de absoluta naturalidad.
“Hay que liberar a los espectadores y a la sociedad del machismo”,
dijo en un momento que leíamos “Venus de mar” de Daniel
Gutiérrez y la obra terminaba con fuego y la muerte de uno de los
hombres abusadores. Siempre fue generoso, sincero hasta la
desfachatez, un gran y agudo conversador.
Tengo dentro de mí
relámpagos, rayos, de mis conversaciones con José. Rayos que crecen
como sombras o ramas. Cervezas, risas, conversaciones sesudas pero
coloquiales, comentarios agudos y cariñosos. Hablamos de su obra, el
teatro, el cine, la poesía, el trabajo, los viajes, las errancias
amorosas, las cejas de los amantes mexicanos cuando se enfadan, la
cultura popular, el melodrama, de lo cara que está la luz. Creo que
Efraín y yo continuamos platicando con él, con sus libros, con su
recuerdo y sus frases ardorosamente lúcidas. Nunca pensamos que José
moriría, solo pensarlo nos habría paralizado. Nos paraliza.
Caminamos al final de su
cortejo fúnebre. Cuando la tierra cayó sobre su tumba, una bandada
de pájaros negros cortó el cielo. Lo lloré como se llora al tío
más guapo e inteligente del pesebre. Vi sus fotos de adolescente en
la casa de sus padres. Me quedo con el recuerdo de su sonrisa pícara
abriéndose a la posteridad y su ropa extravagante y colorida como a
punto de saltar a bailar 'break dance'.
“¿Viste la película
'Cabaret' con Liza Minelli? Cuando vi la escena detrás del telón,
donde ella se arregla su vestido de lentejuelas, yo me di cuenta que
quería estar tras bambalinas?”, me dijo un día.
Sé que muchas y muchos
tienen el privilegio de haber conocido más a José Dimayuga, ese
hombre guapo e inteligente que era el boom de las redes sociales, se
hospedaba en La Mansión, salía temprano de Tierra Colorada para dar
clases en Acapulco, el que se tomaba 'selfies' y subía fotografías de
sus calzones lavados, la inteligencia más lúcida y jacarandosa del
estado, el generoso irónico. Sus lectores, los hijos de su cariño,
de su estela, quedamos huérfanos de nuestro amigo amoroso. Leámoslo,
concienzudamente, montemos sus obras, celebremos su vida, porque él
era de los últimos en quedarse despierto cuando había que celebrar.
Sé que muchas y muchos tienen el privilegio de haber conocido más a
José Dimayuga pero yo también lo quise, de manera furibunda, y
también me hace falta. Mucha.
1 comentario:
Un texto-homenaje hermoso.
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