lunes, mayo 18, 2020

Hubo una vez, un pequeño país...

A mis hijos:

Hubo una vez un pequeño país. El más pequeño de la América territorial. Pulgarcito, le decían unos, paisito, otros. Uno de sus hijos más queridos llegó a decirle “país mío, no existes”, tal era la suma de sucesos inverosímiles y dolorosos que sucedían en aquellas tierras. En ese país, las personas sufrían de ofuscación, la mayoría de las veces; de memoria a corto plazo, cuando menos, y más gravemente, de un odio enquistado por los años y las luchas fraticidas.
El pasado de ese pequeño país no era pródigo, al contrario, era ominoso, a la orilla de los ríos habían asesinado hasta 600 personas y, en el norte del país, todavía se conmemora una masacre de 1000 civiles, la mayoría ancianos, mujeres, niñas y niños. Hubo un tiempo, en ese pequeño país, en que la vida humana no era valorada, ni siquiera la de los ancianos, las mujeres, las niñas, los sacerdotes, las monjas, los estudiantes o los maestros. Lo que les importaba a muchos era el dinero y el poder.
En total, unos 75000 murieron, 12000 quedaron lisiados y 8000 fueron desaparecidos, en el pasado más reciente, cuando su madre era niña. Sin contar los que después morían por decenas, cada día, por armas de fuego y violencia.
Las conversaciones no son fáciles de llevar en ese su pequeño país, las opiniones se defienden a muerte sin argumentos, se considera que una opinión es equivalente a la realidad, pronto emergen las ofensas, todas y todos solemos sentirnos ofendidos y la verdad es algo intangible que la gente cree que se puede aprehender con la bilis.
Muy pocas personas poseen las riquezas del paisito, al principios se decían que eran 15 familias, ahora serán un poco más y urdimbres corporativas voraces de capitales difíciles de identificar. Todos creen, sin dudarlo, en una teoría de la conspiración delirante azuzada por los odios mutuos, no se ve con buenos ojos la prosperidad o el talento del prójimo, si te estás ahogando, probablemente te jalen las patas para que te terminés de hundir o celebren en silencio tus fracasos.
Los pequeños “éxitos” convierten hasta al más ecuánime en narcisista. La gente persigue sueños y metas vacuas como los hámsters su laberinto.
A las mujeres y a las niñas, se les ofende y mancilla con el peor de los odios. O se les quita la vida por el hecho de serlo.
Y aún así, podríamos decir que el futuro de esa estirpe y ese linaje no está del todo perdido. Cuando vas de compras, las vendedoras te dicen “qué va a querer, corazón”, aunque no te conozcan. La belleza de los cuerpos de las mujeres trabajadoras avanza a la orilla de las carreteras balanceando cántaros. Las campesinas y campesinos meten las manos a la tierra y la fecundan, aunque, cada vez más, esté olvidada esa tierra y esas gentes. Hay gente noble, entre tantos, sin duda. No suelen hacer mucho ruido, ni salen en las portadas de los periódicos o en twiter.
Sus gobernantes pasados y presentes hicieron carreritas para ver quién ofendía y robaba más al pueblo, lo que causó una gran desconfianza que fue capitalizada, recientemente, por un joven barbado de calcetines extravagantes que luego de traicionar a todos sus aliados, tomó un helicóptero, se hizo pasar por Santa Claus, regaló juguetes a los niños, pero cuando se enoja, o alguien le lleva la contraria, es capaz de tirar manzanas o decretos delirantes. Lo malo es que ya solo se habla de él, de lo que dice o hace y es que, en verdad, tiene en jaque el débil equilibrio en que se balanceaba, hasta hace pocos años, nuestro paisito.
Hoy, la gente está encerrada por temor a un virus terrible y asesino. Y mientras unos se lavan las manos o suben fotografías de la carne en el sartén, otros piden qué comer con letreros de auxilio y banderas blancas.
Muchos están perdidos en las lucecitas y notificaciones de sus cajitas luminosas. Y otros no tienen comida ni luz ni agua.
Pasarán los años, en ese pequeño país, que también es su país, aunque seamos una familia migrante. Aproximadamente, unas 300 personas salían a diario huyendo de la violencia y el hambre, antes de que cerraran las fronteras. Y muchos encontraron la muerte, el secuestro, la violación o la desdicha en el camino.
Nuestra historia no fue tan trágica, su mamá salió becada a estudiar antes que ustedes nacieran y llegamos aquí, a otro país más grande, pero que también sufre.
Pasarán los años y un día nadie se acordará del rey loco. Del mesías autoproclamado. Será un triste recuerdo como el de todos los hombres que jugaron a las carreritas para ver quién ofendía y robaba más a su país y a su pueblo.
Correrán los años y la gente noble y trabajadora del paisito disolverá el odio antiguo. La gente se organizará, porque había que organizarse como en el pasado, y darán de comer a los que piden auxilio, y defenderán con inteligencia y pericia la Constitución, sin más guerras fraticidas, porque comprenderán que esas leyes, ese equilibrio frágil, esa paz, nos costó muchos muertos y mucho dolor que no estamos dispuestos a repetir.
Espero que mis ojos y mi cuerpo vean ese futuro, pero si mis ojos no pueden presenciar el tiempo cuando las mujeres dejen de ser ofendidas, odiadas y asesinadas por el solo hecho de serlo, cuando la gente olvide al rey loco y se organice para defender la vida, la tierra, el agua y las cosas más simples, espero que sus ojos, de niños y hombres migrantes, puedan ver ese futuro que estoy confiada que sucederá, más allá de lo que ahora nos conduele. Nunca se olviden de #ElSalvador. Es nuestra tierra. Para mientras, buenas noches, su madre que los ama:
Lauri Cristina García Dueñas

No hay comentarios: