Hace un mes estuve en Santiago de Chile,
participando en el festival de poesía “Poquita fe” invitada por sus
organizadores al igual que, el también salvadoreño, Antonio Cienfuegos, quien
leyó un texto sobre Clint Eastwood donde aseguraba que había selva en El
Salvador y, a mi juicio, se recostaba en el cliché que se tiene de nuestro país
en el extranjero.
Me acerqué a él y le dije “no hay selva en El
Salvador”, sin saber que dicho comentario provocaría que días después
escribiera una “columna” en la que me difamaría e insultaría a mí y a varios
escritores salvadoreños más. Luego, por Facebook me preguntó si su columna me
había dolido y dijo que la escritora Elena Salamanca y yo “ya la
debíamos”. Yo le respondí que su poema
me había parecido muy malo y le cuestioné que si, al no tener buena crítica,
había decidido desquitarse, insultándome, también le pregunté si su vida era
triste y me respondió que no, que solamente estaba desocupado.
Me pidió que le respondiera, a lo que aduje
“hueva” (pereza) Me pareció que este hombre deseaba notoriedad, llamar la
atención, etc. Pensé que la mejor manera de responder a un insulto sin
fundamento es ignorarlo. Además, estaba muy ocupada, indignada por la desaparición
de 43 jóvenes en México, coordinando cinco cursos y me pareció que no debía
gastar mi energía en darle una respuesta a una persona con evidentes problemas
de autoestima.
Pasaron los días y cambié de opinión, sobre
todo, porque en la lista de insultos a escritores salvadoreños están incluidas
varias personas cuyo trabajo respeto.
El diálogo, como Cienfuegos propone, no nace
de insultar al otro. El diálogo, entre personas que dan la vida en la
escritura, surge del intercambio de argumentos.
Acá su “columna”: http://otrolunes.com/34/otra-opinion/diagnostico-de-la-poesia-centroamericana-iii-el-salvador-primera-parte/
Para empezar, el tono y la falta de pruebas
permiten deducir que no se trata de un diagnóstico de poesía.
“El sueño ególatra”, diría Freud, hace que el
articulista incurra en su primera falacia de generalización: “fue hasta muchos
años después que recorrí a pie toda
Centroamérica, especialmente El Salvador”. No creo que Cienfuegos haya
recorrido a pie “toda” Centroamérica.
Asegura que su texto es “siempre fiel a lo
que se ha estado escribiendo los últimos años”. No lo creo, tampoco. El texto denota
bilis, no investigación de la literatura salvadoreña. Tampoco se nota que haya
sido “siempre fiel” a lo que en un país en el que no ha vivido por largo tiempo
se está construyendo.
Así como no hay selva en El Salvador sino
bosque tropical nuboso, tampoco hay “guerrilla urbana”, decir eso es una
licencia bastante peligrosa para nombrar la compleja vorágine de violencia de
nuestros países.
También comete otro error en su
investigación, Xibalbá no fue el “único” taller literario durante los ¡doce!
años de guerra.
Otra falacia de generalización: “Como en todos los
países
de Latinoamérica, la poesía de El Salvador se conforma por grupúsculos y cotos
de poder igual de pequeños que el país”.
Es un error que suele cometer la gente que no tiene
oficio que, para darle fuerza a sus supuestos argumentos, utiliza generalizaciones
tipo “como en todos los países”.
No hay pruebas que Javier Alas y Álvaro Darío Lara
tengan más currículum que calidad, eso está dicho a la rápida y nacido, sin
duda, de alguna rencilla personal de Cienfuegos contra estos autores.
Tampoco tiene pruebas para sostener que “el grupúsculo con
mayor poder simbólico dentro de El Salvador, el grupo que más redes de
amiguismo y sectarismo ha constituido a lo largo de Iberoamérica, al epitome de
lo que se puede lograr con mafia y conexiones políticas en Centroamérica, el
grupo de Jorge Galán, que se reuniera en torno a la UCA (Universidad
Centroamericana José Simeón Cañas), estaba integrado por Roxana Méndez, Carlos
Serpas y Mauricio Courtade”.
Acusar de mafia a cualquier persona, sin pruebas,
dada la coyuntura actual, es también injusto y peligroso.
En este párrafo, también notamos que el que escribe
perdió la posibilidad analítica y se dejó llevar por algún resentimiento. Tal
vez alguno de ellos le dijo que no hay quetzales en Morazán o algo así.
No acepto que alguien que escriba sobre Clint
Eastwood y la “selva” salvadoreña pueda llamar “cliché” a otras escritoras como
Elena Salamanca o a mí. No acepto que se nos acuse sin pruebas de “compadrazgo”
y “zalamería”, cuando son demasiadas las traducciones, reseñas, publicaciones,
festivales y viajes a las que hemos sido invitadas para que los críticos o
anfitriones no se hayan tomado el trabajo, que no se tomó Cienfuegos, de
leernos.
Tampoco comulgo con la idea de que El Salvador
tiene un bajo nivel epistémico, eso sería descalificar injustamente todo el
pensamiento y escritura que se ha generado en nuestro país.
La autopromoción que denomina Cienfuegos no
es tal, el tener blogs y páginas en redes sociales es algo usual y se trata
pues de dar a conocer el trabajo de cada quien, lo cual es más que válido. Él
mismo subió fotos de su lectura en Chile y nadie corrió a acusarlo de
autopromoción.
El poeta Vladimir Amaya nunca ha propiciado
que se me invite a ningún evento, ni siquiera estoy incluida en su antología,
eso sí, respeto muchísimo su labor poética. Por lo que, la afirmación de que Amaya
es nuestro promotor es, como muchas de sus sentencias, falsa.
También es falso asegurar que no venimos de
ningún taller, al menos yo, he participado en los talleres de Roberto Laínez y
“Elementos”, en El Salvador; y Saúl Ibargoyen, David Huerta y Javier
Norambuena, en México.
Tampoco acepto desconocer la tradición
poética centroamericana, cuando coordiné el año pasado el Seminario de
Literatura Salvadoreña en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y
soy una de las coordinadoras del “Primer Coloquio de Cultura Centroamericana ‘Lilian
Serpas’: historia, ciencia social, literatura y filosofía” a realizarse en marzo
del próximo año en la UNAM.
Si Cienfuegos se hubiese tomado el tiempo de
leernos sabría, definitivamente, que no somos de derecha. Mi familia, como la
suya, también es de izquierda. Pero, claro, decir que somos de derecha es una
acusación fácil que pretende descalificar a poetas que no cumplen con sus
estereotipos de “comprometidos”.
Ser inconexa y disparatada, lo tomo como un
cumplido, porque no deseo ser conexa y constreñida. La poesía que me gusta leer
es inconexa y disparatada.
La invitación para el señor Antonio
Cienfuegos es que busque construir una logopea poética honda, en vez de andar
criticando la de los demás, también lo invito a dar la vida en la escritura y
la investigación.
Cuando uno da la vida en la escritura no
tiene por qué andar insultando a las personas, difamando y derramando bilis.
Lauri García
Dueñas
Centro Histórico,
Ciudad de México, 6 de noviembre de 2014.
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