Prefiere un alegro y seis notas, aunque indecorosa la resignación le haga saber que es muy feo.
Sus uñas rascan el violín de tu regazo y brinca la piel del contacto entre las sábanas rotas.
Come las gotas de rocío que dejó la noche sobre la hierba y las ventanas abiertas.
Sale a la calle, desnudo, sin chorrear los clavos de su pena.
Ebrio:
De una absurda y quebrada añoranza.
Pega el pico al vidrio, salta al vacío y recoge los pedazos de pan.
Escarba y se ríe.
El zanate sabe que no es pájaro, que casi tiene dientes, que nunca estuvo a gusto con la herencia sutil de los alados.
Transporta, mastica, se balancea, voltea a ambos lados de la calle con la mirada nubosa del reiterado apetito.
Es capaz de devorarse solo, bocado a bocado.
La gente lo persigue y trata de aprovecharse de tanta y tan divulgada ausencia de garbo.
Se sube al árbol donde cuelgan todas las cartas tristes.
Torpe, vuelve a saltar entre los muros: espaldas con huecos y pecas del roce salvaje.
El zanate desaparece, huye del violín, del regazo.
No soporta las sábanas rotas sin tu amor.
Brinca la piel del contacto.
Texto: Lauri García
Foto: Roberto Escobar