jueves, abril 28, 2016

Para criar

Para criar hay que tener brazos, multiplicar los dos tan limitados, una espalda de junco que se elevará y doblará incesantemente durante todo el día, ojos que nunca más se cerrarán por completo, oídos de animal al acecho, a salto de mata, piernas minerales para sostener y otras de hamaca para mecer, garganta recién nacida para cantar canciones que le inventas y dulcificar el gruñido, el llanto iniciático. Senos sin mengua. La mente y el lenguaje se vuelven entonces personajes secundarios. El ego se hace añicos y eso de darse sin medida es la lámpara de aceite que se prende a las tres, cuatro de la mañana, antes si es necesario. El ego viejo se resiste pero el cuerpo brega hacia adelante porque esa otra vida, indefensa, depende de tu cuerpo, de la columna que debe estar de pie sin mengua. Cuando duermes, con un ese Ojo medio abierto, y sabes que el cachorro también duerme, piensas en la otra tan lejana que fuiste y abrazas al mamífero que eres ahora, el que desde siempre te dormía adentro. Nada es idílico en el mundo lácteo pero, al verlo a los ojos, empiezas a comprender la frase "es lo mejor que te puede pasar". Criar no es para todos, es un rito de paso que implica una renuncia y una metamorfosis brutal. Es la vida, filuda y gozosa. Es el amor encarnado, el cuerpo.

martes, abril 19, 2016

El día en que naciste

El día en que naciste en el cielo no había ningún nubarrón, estaba sustancialmente azul y limpio. Esa tarde, vimos el mar mientras esperábamos por ti.
En la mañana, comí avena, con leche y miel y el clásico bolillo de leña de nuestra colonia, el mejor del planeta, mejor que cualquier pan francés, y nos fuimos con tu papá y con tu tía Eli, quien vino desde El Salvador para tu nacimiento, a la consulta de la doctora Rebeca.
Habíamos pasado varias semanas nerviosos pues te medían con fruición con el temor de que se agotara tu líquido. Ese jueves al mediodía, luego de la consulta, todo parecía indicar que habría cesárea aunque yo ya tenía dos noches con contracciones y tú, 41 semanas y ninguna prisa.
Yo me puse a llorar en El Zorrito, el restaurante al que me llevó tu papá cuando lo visité por primera vez en Acapulco. Hice tres llamadas: a Ángeles, la homeópata, quien me redobló la dosis de chochitos azucarados; a Ana Cristina, quien te mandó reiki durante todos esos días fundamentales, y a Ligia, nuestra doula, que ha sido crucial para nuestra pequeña familia.
Ligia me invitó a la calma, pues se trataba del gran día de tu nacimiento y yo no podía estar “hecha leña”. “Vuelve al inicio”, me pidió y nos fuimos los cuatro a nuestra casa y, a las 3 p.m., me comí un caldito de pollo que yo misma había hecho, me tranquilicé y agarramos el montón de tanates (una hielera con dulces, semillas y chocolates, tu bañera, amuletos, incienso, fotografías familiares, ropa, unas mangueras, cojines, una pelota inflable, mis discos favoritos) que habíamos preparado para tu parto y nos trepamos al coche del tío Edgar.
A las seis, nos confirmaron en el consultorio de que nacerías por cesárea, yo me asusté y tu papá se veía francamente triste porque durante meses nos preparamos para un parto natural y en agua. Pero luego nos envalentonamos y nos fuimos al hospital.
Como dijo mi amiga March; quien vino a verte dos semanas antes con su hermosa hija Felisa, que te trajo 24 paquetes de chocolates para que regaláramos a tus invitados en tu cumpleaños número cero; “será lo mejor”. Y precisamente así fue, naciste el jueves 24 de marzo a las 9:18 p.m. frente a la bahía Santa Lucía, la más hermosa del planeta, luego de que tu padre me cuidase de parte del personal médico que todavía no sabe qué es un parto humanizado. Pero el tuyo lo fue.
Una cesárea humanizada, con música, tu padre pudo estar en todo momento con nosotros y cortó tu cordón umbilical. Y Ligia, cuando tuve frío en la anestesia, me recordó que cada uno tiene su vela interior y yo vi la mía. La tuya es inmensa.
Tu primer grito es el momento más entrañable de mi vida. Las palabras alegría y felicidad no son suficientes para recrear la luz vital de tu grito iniciático. Soy imperfecta, seré una madre imperfecta, pero una madre que te ama desde antes de concebirte y que no dejó de decírtelo en nuestros primeros 40 minutos juntos, en los que te abracé, besé, amamanté, lloré y te dije hasta el cansancio que eres lo más amado.
Tu padre fue y es, como dijo Ligia, la energía arcangélica que veló y vela por nosotros, me cargó y bañó en el hospital, no pegó el ojo cuidándote en tus primeras horas y primeros días. Un hombre; “solamente soy un hombre”, dice él; para quien la familia es lo más significativo entre todo el caudal del mundo.
Durante tu nacimiento, mientras temblaba por la anestesia; y sí tuve miedo por ti, por mi y sí vi el túnel; le conté a Ligia la primera vez que miré a tu padre en un pueblo remoto de Guerrero, Arcelia. Desde que lo vi, me gustó, poco después yo ya lo amaba sin medida, como dicen las canciones populares. Todo se sucedió impetuoso hasta el 15 de julio de 2015 cuando nos hicimos la prueba de embarazo y una torva de luz nos explotó en los ojos y los estómagos.
Desde la primavera anterior, él me pidió una medianoche que durmiera todas las noches de mi vida con él, yo le dije que sí y un año después naciste tú, en primavera.
Desde que te pusieron en mis brazos, la noche de tu nacimiento, no dejé de sonreír, luego entristecí repentinamente en mi puerperio, porque tu llegada telúrica y tus gritos de Tarzán de la selva partieron mis nervios y mi vida antigua en un franco antes y un después. He llorado al no dormir y le he dicho a tu padre que tal vez “no pueda” pero, hijo, tu belleza encarnada, el saber que fuimos capaces de crear otro ser a partir de nuestro amor, nos dará la fuerza prometeica para criarte y acompañarte en tu ruta para ser un buen hombre. Llenarás tu nombre, Agustín, niño de ti, niño de mí, niño nuestro, consagrado por los augurios. Has nacido para tu goce y tu plenitud. Te amamos.

Lauri García Dueñas
Colonia Libertadores, Acapulco de Juárez, México, martes 19 de abril de 2016.