lunes, febrero 22, 2010

I

En esta ciudad hay una calle que se llama Pensamiento y hace esquina con La Candelaria

II

lunes 22 de febrero de 2010
esquina de Donceles con Eje Central, ciudad de México

de rodillas, un hombre pide limosna, en su mano izquierda sostiene un sombrero para recoger las monedas, en la derecha, un diccionario abierto

III

en la farmacia, delante de mí, un organillero paga sus remedios
yo
miro la caja mágica donde duermen sus letanías

jueves, febrero 18, 2010

llegará la hora en la que estaremos juntos, como un renglón sobre otro renglón de azufre -o de cualquier material inestable- como una lectura de tarde, de gris, entonces, no nos valdrán los aspavientos, las excusas o recados que nos hemos ido dejando a través del tiempo, exagerando -porque me gusta exagerar-, el cielo se abrirá de par en par para tragarnos y borrar el principal obstáculo de los amantes: el pensamiento

domingo, febrero 07, 2010

Treinta

Hoy cumplo treinta años. La vida me está tomando el pelo, me levanté diciendo el otro día, pero como no me gustan las bromas, me puse a escribir una historia.

Cuando tenía 16 años me sentí en mí completamente y decidí que esa sería la edad en la que me detendría voluntariamente si pudiese pedirle al genio de la lámpara todos o alguno de mis deseos. Mi cuerpo estaba despertando plácidamente y mi voz consciente no era muy diferente a la que ahora me acompaña. Claro que he aprendido mucho en contenido, pero creo que sigo teniendo la misma forma de estructurar mi pensamiento.

Le he repetido hasta la saciedad a Melissa Salgado Rodríguez, una de mis mejores amigas, que no temo a la muerte sino a envejecer. Pero ese temor también ha mutado en mí, y ahora quiero vivir hasta los 94 años.

Cuando era adolescente, me encantaba decirle a la gente que me suicidaría a los 27 años, pero ya vimos que cambié de idea. Suelo hacerlo.

Me explico, suelo cambiar de ocurrencias más no de ideas.

También me encantaba decir que me enrolaría en la Policía Nacional Civil (PNC) a los 18 años o que mi primer novio tendría que ser rubio y de ojos azules. Obviamente, no fue así, mi primer novio era moreno y mis amigos lo apodaron “chucho guapo”.

Mi sueño más recurrente, el que no ha variado en casi una década, es saber que voy a tener una casa azul enfrente del mar, de adobe antisísmico, con huerto hidropónico, una vaca con manchas y una residencia de escritores, con su página web y su beca incluida. Se acepta el hombre de mi vida para compartir la casa.

Sin embargo, y a pesar de esta última y concedida cursilería, huella mnémica de todas las revistas femeninas que leo, películas románticas que consumo y varios etcéteras, escúchenme (o léanme) bien: Ahora que a mis treinta, todo el peso de la socialización patriarcal debería caer sobre mí, si yo no estuviera a salvo escribiendo en el quinto piso de la calle República de Cuba, en el centro histórico de la ciudad de México; me seguiré oponiendo a muchas cosas, porque desde muy pequeña, tuve la vocación de llevar la contraria.

Me resisto a la voz social que todavía vive implícita en mí. La que recomienda, antes de los treinta, casarse, tener hijos, ahorrar, endeudarse para tener una casa en un suburbio y pensar en una futura pensión.

Que no se sobrestime mi coraje, tal vez todo ha sucedido por casualidad y haya sido mi personalidad, y no mi discernimiento, la responsable de la suma de decisiones que me llevaron hasta aquí. Suspenso (voy tarde, siempre llego tarde y doblan las campanas –no es metáfora, están sonando las campanas de la iglesia Concepción a la par de mi casa).

Cuando mis hermanos empezaron a reproducirse a temprana edad, lo cual agradezco porque tengo unos hermosos y talentosos sobrinos, algo en mí avistó que yo lo haría a una edad tardía o no lo haría; cuando la gente empezó a casarse, algo en mí – algo muy evidente- me hizo concluir que mis relaciones eran absolutamente apasionadas y caóticas, por lo que el camino lógico de mis actos no me llevaría al matrimonio. Tan fácilmente.

Pero como dice la poeta Bárbara Oaxaca: “Siempre que tuve una situación amorosa escribí mucho”.

Cuando a mis 25 años tenía “el trabajo soñado”, bien pagado, en una agencia internacional de noticias, renuncié porque me gané una beca para estudiar un posgrado en la facultad de Ciencias Políticas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), me mudé de país, y más adelante, como John Lennon encontró a Los Beatles, yo conocí a Las Poetas del Megáfono. Y muchas cosas más ocurrieron.

Altas y bajas. Se multiplicaron los viajes, amigos, libros, talleres, recitales, fiestas, canciones.

No obstante, uno de mis sobrinos cree que ya es hora de que compre mis gatos, en su cliché de la figura de la tía, y acepte que si dejo herederos, serán adoptados.

Bueno, esto de la herencia sería controversial, porque no sé si en los testamentos se aceptan una computadora con problemas de carácter, un Ipod rosa fucsia, una grabadora portátil y una gran cantidad de libros.

Decía, que a mis treinta años, he decidido que voy a seguir resistiéndome a la voz omnisciente que todavía me inyecta culpa por llevar una vida muy diferente a la que se esperaría de mí. Si bien mi familia ha entendido muy bien mi camino, explicarlo al resto de las personas es difícil: Desde hace más de un año, me dedico casi únicamente a escribir. Yo sé que este estado no durará para siempre, pero la crisis económica mundial, así lo ha decidido por ahora.

El miércoles, justamente, en el taller de reescritura de nuestro amigo Javier Norambuena, quien tuvo a bien becarme para su curso, leíamos “Flor y canto”, literatura náhuatl, y descubrimos que podría ser prehispánica gran parte de la concepción del “rol” que supuestamente el hombre y la mujer deberían tener en la sociedad.

Ante semejante descubrimiento, me puse yo muy enojada porque me acordé de todas las veces en las que me he sentido fuera de lugar -en mi país sobre todo, pero también en México por su cosmos machista- gracias a mi personalidad, mis decisiones y un oponerme constantemente a lo que considero injusto.

Y ahora darme cuenta, de que no es solo culpa del medioevo y el fascismo de la iglesia católica ¡Sino de los náhuatls!

A estas alturas, me ha dado por recapitular. En el colegio católico donde estudié solían castigarme por mi conducta, porque “platicaba demasiado”, no aprendí nunca a sentarme correctamente con las piernas cerradas, usaba la falda demasiado corta, las botas altas y de color negro -lo cual estaba prohibido porque había que llevar mocasines cafés- el pintalabios color rojo cabaret que me encanta (ése, el que el gato azul dice que contamina el medio ambiente), las fiestas vespertinas, los besos exhibicionistas, el cigarrillo y la cerveza.

Los muchachos y muchachas más recalcitrantes –no todos- solían llamarme con apelativos hirientes, y por ello, además de mutua simpatía, me enrolé en una secta social autodenominada “las gatas locas”. Y juntas, combatimos el status quo del bachillerato.

A mis 15, no sabía escoger la ropa, iba de amarillo a las fiestas rosas, una muchacha se burló de mí por el vestido de hawaiana combinado con tacones de aguja que escogí para mi cumpleaños y fue, hasta que crecí un poco más, ingresé a la universidad, vine a México, que fui encontrando espíritus cada vez más similares al mío, inconformes con el establishment, no solo político, sino también moral y social.

Por eso el miércoles, mientras estudiábamos el texto “Flor y Canto”, Nicole y yo nos volteamos a ver indignadas ante los mandamientos de la madre a la hija, de la sociedad a la hija, que en palabras indígenas, le indicaban a ella (no a él) cómo debía comportarse, cómo no tenía que voltear a ver a los hombres de reojo y otros muchos y muy indignantes etcéteras.

Más no era el libro lo que me causaba indignación, sino más bien, las voces que regresaban desde mi pasado personal para juzgarme, para preguntarme si no tenía novio, si no me iba a casar y tener hijos, escuché a lo lejos a mi hermana mayor gritarme porque usaba pantalones cortos y ceñidos para salir a la calle, a una amiga diciendo “qué afortunadas somos porque tenemos buenos esposos”, sin acordarse de que yo no tengo esposo, ni bueno ni malo, repudié a algunos hombres que en la calle me miran como si fuese un pedazo de tocino en un aparador, al editor sesentón que me bufaba detrás del hombro mientras escribía y el discurso de la señora que me cuidó de pequeña y quien intentó hacerme una lobotomía moral sin ningún éxito aparente. Mejor hizo mi profesor de Filosofía al enseñarme el valor de la ética en una sociedad cada vez más descompuesta.

Me dije a mí misma que no me arrepentía de nada. Al llegar a mi departamento, aprovechando el enojo, escribí el poema “Yo soy la guerra”, me alegré de cumplir treinta años y de ser lo más parecido a aquella muchacha de 16 que estructuraba su pensamiento en contra de lo establecido, de lo que consideraba injusto, me sentí satisfecha de ser (y estar) escritora-periodista freelance, de haber, en mis últimos 17 años de vida, escrito poesía hasta casi arrancarme la sangre, poniendo todo mi cuerpo en la escritura, todo mi cuerpo en la escritura, todo mi cuerpo.

Decidí que de aquí a que cumpla los 94 años, voy a continuar haciendo básicamente lo mismo, siendo en esencia así como soy y, como dicen en México, me vale madres.

Ya parezco la Gloria Trevi en versión cursi. Así que mejor me voy: ¡Feliz cumpleaños a mí!

-Gracias a todos aquellos que me aman así como soy. A los que les gustaron mis excentricidades desde que era pequeña. En especial a todo el clan García Dueñas. A mi mamá y a mi papá que me dieron la vida… cuando yo solo era polvo cósmico. Los treinta, sin duda, serán los mejores. Por supuesto.

jueves, febrero 04, 2010

yo soy la guerra, dice
camina por los pasillos y se siente
sumergida en una sustancia colorida que sustituye al amante al nombre a la familia
él le mira las piernas de reojo
él la peina hace diez años
ella mete sus dedos en la nuca de él, en su esqueleto, en sus vísceras
agonizan la próxemica artificial que los junta
piensan, por separado, la posibilidad de reproducirse en clones que habiten un relato de ciencia ficción, para que no se les seque la carne, el dolor vivido en la infancia, la posterior adolescencia de agujas: energía abandonada como un desierto a la luna
de pronto llega la lucha fronteriza, el poder, el engaño, la opresión de los siglos, el discurso repetido: huellas anémicas, refrigeradas explosiones de hongos, accidentes automovilísticos
ella vuelve a sentirse bovarista y al marcar el paso, subir las escaleras de la lluvia, del edificio gris y sus insectos rastreros
exorciza, repite:
yo soy la guerra
y en mí ocurren todos los heridos.

martes, febrero 02, 2010

un cigoto de frío vive en mi corazón
el olvido tiene tu sombra
sabes enumerar los escalones que nos separan
sabes el punto en que ocurre mi ebullición
hoy destaparon las cloacas de mi calle
hoy fui la misma de siempre, la que no ves quebrarse en pliegues
la porno sentimental que quiere romper una piñata
la ciudad persiste en sus alambres rotos
los hombres de la calle son fantasmas que rondan
intempestiva fuga, la mía
aprendo a rechazar tu castigo cotidiano
el opresor se nutre del dolor de los vencidos
los vencidos van a rebelarse
los perros saben el aullido
pero las perras gritan también
(nada es absoluto en el reino animal)
tengo que irme de acá, la falta de movimiento me está matando
no nací para ser figura sedentaria coleccionando huecos y sangre
quiero dormir rodeada por los faroles de la Alameda Central en una isla del Caribe
calco mi letanía en los cuadernos
hago planes de todo lo que quiero escribir
soy nahïf y voy a comerme el mundo a zarpazos
hombre que huye en bicicleta
excusas temporales para la misma certeza
delirio de ti sobre mi carne sin voluntad
el rostro de la víctima en tu mano, mi rostro de víctima en tu mano
quiero romper el cordón umbilical que nos ata
me cansé de ser el alma gemela de tu incertidumbre
la demencia de Sísifo
no repetir el camino
voy aventar piedras, voy a lapidar a la vieja mujer que se me metió en mis arterias, intrusa
no quiero vivir desangrándome
la yo-renacida va a romper las cadenas de centenaria tortura
voy a luchar contra el fascismo primordial
ahora sí, ahora sí, voy a respirar-llorar-coleccionar primaveras amotinándose, paisajes lacustres y marítimos
el vecino tiene problemas de cama
mis asuntos son ahora más complicados que una sábana de cinco esquinas
¿cuántas personas caben en una relación enmohecida?
la existencia es la mueca de dios burlándose, no me gustan sus chistes
hay que poner el cuerpo en la escritura, el cuerpo en la escritura, el cuerpo
desterrar el pensamiento, perdición del hombre nuevo
hay que quemar la ropa vieja, cumplir treinta años, irse de viaje
matar el tiempo, de una vez, flotar desnudos en las fuentes verdes
caminar descalzos por el pavimento, convertirnos en mendigos para dejar de sufrir
dinamitar el pasado: alud que arrastró el paraíso
presente: ven a limpiar la cocina, a pagar las cuentas, a dormir conmigo
lluvia cernida sobre la ciudad de México: ábrenos las fauces
haz reír a los niños, ladrar a los perros, metáforas simples de nosotros
he perdido la llave del gas
he perdido todo lo que fuimos
no me digas recuerdo
no digamos morir
tengo hambre
la noche es venganza, yo digo ruido celestial

y el cielo de la ciudad se cae.