viernes, septiembre 30, 2011

Una boca

Este cuerpo piensa una boca.
Una sola.
La tuya.

Regresé al desierto porque me lo debía

Regresé al desierto
porque me lo debía
y vi las zarzas polvosas
y los pinos de sal.

La realidad era una suma de consecuencias inexplicables
todo lo que duele y este dolor arterial de tiempo
un año exactamente
este no encontrar el sentido ni en los movimientos de las extremidades
esta brutal extenuación física
esta muerte tan vital
estos riñones pegados a la espalda
los años excesivos
se supone
ya pasaron
calendáricos
pero la convalecencia es tan sequedad
tan falta de pulso
tan búsqueda meteórica
pesa tanto
en su frialdad de cubos
réplica del Abasolo
de insectos cráteres
de múltiples espaldas de cuchillos.

Nada de lo que el pensamiento explique
volverá aquel pasado
otras serán
las espinas picaduras
y los pinos de sal.

Debilidad

Levantar la casa
frotar las manchas de los vasos
medir la línea del ojo derecho
esa arruga que
leer que no le gusta
no te gusto pues
el cuarto aún sin cortinas
la luz punza los párpados
tengo rabia en la cara en el ojo derecho en las colchas
volteo las preguntas
hace cuánto vine a esta ciudad irreconocible
qué hago en esta ciudad con tu rostro en cualquier parte
(siempre el Viaducto)
y una sola imagen en una noche completa con tu pelo desordenado
y yo metiendo mis manos en tu pelo como si sirviera de algo
y yo hablándote como si sirviera de algo
vivo
entre tus odios al mundo
nunca montaré tu cuerpo de nuevo
cuando alguien da su sangre
realmente no importa lo demás que diga
nadie es suficiente testigo de mis debilidades
si los que me hieren supieran de mí
no lo harían
freír los huevos que morirán entre mis platos de barro
poner la salsa
levantar la casa
frotar las manchas de los vasos de otros
chasquear los labios al acordarme.

Xalapa ¡Allá vamos!

martes, septiembre 13, 2011

Huele como a espíritu adolescente

El pasado 10 de septiembre se cumplieron veinte años del lanzamiento del sencillo “Smells Like Teen Spirit” de Nirvana, contenido en aquel disco mítico, “Nevermind”, que a tantos nos cambió la vida. Las conmemoraciones se reprodujeron a millones en la web y yo llegué a convencerme de que soy adulta. O casi. Porque debo serlo, ya que una de mis canciones favoritas tiene veinte años.
Recuerdo el día en que Kurt Cobain murió, era el 8 de abril de 1994. Yo tenía 14. La noticia apareció en la televisión del cafetín del colegio y sentí vacío el estómago. Lloré.
En ese entonces, entendía muy pocas cosas sobre mi cuerpo y el mundo que me rodeaba, pero sabía que ese muchacho rubio de los videos sabía cómo nos sentíamos yo y millones de chicos.
Mi copia del ‘Nevermind’, lo confieso, fue sustraída de la casa de un amigo del chele, "Cara de mara", donde solíamos pasar las mañanas que le ganábamos a nuestra educación formal.
El ‘Nevermind’ me parece ahora el soundtrack de esa época blanda y terrible, en la que defendíamos ideológicamente nuestros excesos y a dentelladas rabiosas nuestras libertades frente los estrictos maestros del colegio católico donde estudiábamos.
La canción era como nosotros. Muchachos con las camisas de fuera y al revés, queriendo llevar el ‘grunge’ más allá del casete que me agencié aquella mañana que me escapé de mis clases.
Se me aguadan los ojos, como para la muerte de Kurt, cuando escucho las guitarras rasgadas de ‘Smells Like Teen Spirit’. Me recuerdan a mis amigos, que lo siguen siendo. Crecí y no me di cuenta.
Lo que todavía no ha ocurrido en mí es la total sapiencia sobre los asuntos de mi cuerpo y la especie humana de la que formo parte, pero sigo creyendo que ese muchacho rubio de los años noventa sabía muy bien de lo que hablo.
Me aferro a la parte adolescente que aún me sobrevive: la rabia ante la injusticia, sobre todo. La música me hace recobrar la fe en la humanidad.
Creo que la verdadera música es la que, aun pasados veinte años, te hace temblar como cuando oíste por primera vez el casete. O cuando lo repetías a todo volumen en la grabadora del carro viejo que aceleraba Mario Reyes, mientras todos escapábamos de casa de Eleonora porque llegaron sus papás y Juan había vomitado sobre las barbies.
Hay muchos grupos de los noventa a los que el tiempo les pasó la factura para mal. A Nirvana no. Todavía olemos como a espíritu adolescente.

http://www.youtube.com/watch?v=ofbAlJp5e2A&feature=youtu.be

Los invitamos

Tijuana times ¡Soon!

sábado, septiembre 10, 2011

"Veo salir gorriones roncos del hocico del perro"

*Prólogo para la antología "Somos poetas ¿Y qué?" de Tijuana para

http://hondanomada.com/

Tenemos frente a nosotros una antología de poesía colmada de Sombras, terriblemente feroz, pero paradójicamente luminosa y esperanzadora.
Asistimos a un texto heterogéneo, en intensidad y contundencia poética, compuesto en arpegios de variados decibeles. Receptáculo de tristezas vitales y decepciones nihilistas, pero también recargado de utopías. A veces cursi, febrilmente angustiado y estridente. Casi estridentista.
Este grupo de textos está escrito por autores de Tijuana, que trascienden su aparente destinación fronteriza, en dirección a varios arquetipos literarios como la muerte, el amor y la ausencia.
Voces que proponen desde el delirio estético una posición política de denuncia social.
Lírica colectiva y urbana, con grafitis, sexo, alcohol y droga. Droga reflexiva y reflexión sobre la droga.
Esta antología intenta sortear varios estereotipos, menciona en segunda persona al amor. Casi nunca.
Indica la frontera y no; retrata la violencia sin resignación; cree, a pesar, que existe esperanza ante la vorágine de crimen e impunidad; abusa de lo explícito; se plaga de soldados, policías, encapuchados, ametralladoras, balas, secuestrados, encajuelados, asfixiados y ejecutados; nombra la maquila y el descreimiento hacia lo mediático; es hipster y se decora de anglicismos; contiene –sorpresivamente para mí- algunos sonetos; blande odas al agujero negro del sexo; cree que dios es una voz en off; se regodea en el amor velado, como evocación y ausencia. Piensa y discursa. Prosea.
Sus partes, su estructura líquida, se asemejan a decenas de vientres que se buscan frente al espejo, sin encontrarse del todo, pero rozándose constantemente.
Tijuana Aquí es más que el famoso estribillo tequila sexo marihuana, gracias a que sus autores decidieron retratar-relatar-reescribir con hondura el lugar donde tienen enterrado el cordón umbilical o adoptivo.
“Pareciera que esta ciudad/espera paciente su descanso”, dice Aurelio Mexa de otra ciudad que puede ser la misma de la que hablamos. Esperar-esperanza- expectativa.
Estos escritores están indignados, con valentía y deliberación se atreven a hablar sobre lo que pasa en el norte del país, tienen roto el GPS, aparentemente, pero no renuncian al deseo de cantar y salir un viernes.
Esta antología joven-vehemente es como el bar Zacazonapan, un lugar donde a uno le gustaría sentarse a fumar y tomarse unas cervezas con los amigos.
Sórdida y hermosa como la ciudad donde fue concebida. La antología está cimentada en el trabajo de uno de los colectivos más influyentes de la creación literaria joven de México: Los Intransigentes. Yace sostenida de un par de oficios literarios bien ejercidos e impulsa a otras nuevas voces que andan buscando su coherencia discursiva.
“Y cuando nuestras palabras sean erráticas e inconclusas…”, diría, citando a Daril Fortis, para describir lo que de inacabado es todo proceso de escritura y selección.
Poesía miscelánea y sensorial. De textura clara y a la vez oscura, como “soldados morenos de olor incierto”, diría Karina V. Balderrábano.
Cuando terminé de leer este libro, vi “salir gorriones roncos del hocico del perro”, como algo hermoso surge del lugar menos esperado, como bien escribió Patricia Binôme, una de las propuestas poéticas más contundentes de esta selección.
Esperanza sí, de que lo que pasa en el norte del país cambie, pero una esperanza terrenal, ni fútil ni ingenua.
“¡Aún No Estamos Muertos!”, en palabras de Alberto Paz “en este sueño que me persigue”, completaría Mavi Robles-Castillo. “Escribimos para exorcizar al miedo”, en las de Mónica Morales Rocha.

Lauri García Dueñas
4 de septiembre de 2011.

viernes, septiembre 09, 2011

Savasana con ruido de camotes

La vida llueve afuera.

Nos compete la compasión.

La ciudad, la mía, lecho confuso que se encharca en trenes
adentro, nuestros cuerpos móviles se cuelgan de sus quejidos
el silencio abona cantos en lenguas antiguas
¿perdonar a los enemigos?
¿o guardar para ellos nuestros estómagos hechos flores de rabia?
sobresaturación de las almas-cabezas pensantes de nuestra generación
imágenes como nubarrones lisos
obtener
varios ‘no’ por respuesta
llamadas telefónicas.

Ella conduce y dice que el discurso está agotado
No No No
las palabras nunca se detendrán aunque sean una alfombra roja e inútil
el recuerdo infantil del miedo natural a los truenos.

No hay
ni una sola superficie libre de ruido donde el refugio sea procedente.

Ella me intercepta y relata
fijaciones cinematográficas
triste, concluyo un
‘hombres con demasiadas enfermedades emocionales’
músicas electrónicas
verdades olvidadas
afuera
una lluvia absolutamente contagiosa.

El ruido del carrito de camotes hace unos minutos interrumpió el Savasana.

Venimos de la capacidad de la resurrección
venimos de la capacidad de sobrevivirnos.

(En el fondo, el alivio es individualista)

Morir así es tan dulce
sabiendo por descontado que voy a verte en la siguiente estación.

El silbido del carrito de los camotes es inconfundible.
Respiro.

¡Nos vamos a Tijuana!