domingo, mayo 27, 2012

Rueda


Uno está en el lugar más inapropiado para todo lo que empieza por pequeñas piezas puntiagudas y por el afán circular de encontrar la belleza que tal vez sea inasible (esa palabra) Aprehender no es cosa fácil y al final de estos ojos debe haber otros como cláusulas de luz para causar un espejo donde por fin la palabra futuro Quepa.
Los días están sucediéndose en fila india sin que yo pueda detenerlos, más solo nos queda mirarlos (regar las plantas, repensar la mecánica del tiempo en su espesura) mientras la gente ¡ay, la gente! contiene mis conceptos y sacraliza mis ideas haciéndolas suyas, lo que he querido decir hasta Aquí es que todo se repite y es cierto, Javier, estamos siendo apesadumbrados por las cenizas paradigmáticas del pasado, la Historia ya no existe, ya no es una Rueda, fácil, grácil, ágil, más bien la historia ha dejado de ejercer su piedad sobre nosotros y qué frío se siente dormir sin historia, qué frío acumular controversias en los goznes, desear ver un arcoíris en medio de La Noche o un mapa digital de satélites rondando. Quisiera escribir mis sueños, pero son muy sencillos, tan sencillos quizás para usted, tal vez pueda tenderlos mañana junto a las bragas de Martina en una azotea desde donde se vislumbren los colores húmedos de los otros, ¡ay, los otros! esas construcciones tan difícilmente conceptuales, tan ardientes en sus fotografías de instagram, tan familiares en sus recuerdos que no caben en la Historia hecha polvo sin resguardo ni Silencio que venga. Es posible que lo que queríamos escribir, ya lo escribimos o se lo hayan llevado esos otros en los ruidos de sus huellas dactilares, tan hondas, tan ‘no lo esperaba’. Vengo de la oscuridad y la autopista de La Luz no me estorba, aunque la rueda sea a veces la repetición, es ahí, en esa vuelta inexplicable de las cosas, en el deseo que espera ser consumado ¡ya, por favor, ya! que el sentido abre las piernas como sistemas de palabras y nos recuerda que si somos algo, somos esta masa que se repite, bordea, extiende sus extremidades, duda ¡cuánto duda! esta estructura ósea que crece y se desdibuja, esta Nada que palpita, esta Nada Nada Nada que da vueltas y se muerde la cola. O no.

miércoles, mayo 23, 2012

Geometría

Geometría de los momentos y los tiempos superpuestos
amanecer en el sol
ser una materia constantemente distraída
el estómago redondo de ruidos
la forma mental de los objetos:
primitiva.

Desde niña
sin saber por qué
dibujo un cubo con un ojo al centro
supongo que es la huella mental de algo antiguo.

Cubos suspendidos en el aire
flotantes
                        espléndidos
                                               introspectivos
fulgurantes.

Cubos envueltos en la falda de una mujer.

Recuerdos
habitaciones a las que ya no volvimos
cuadrados
uno sobre otro
uno sobre otro
en el sueño de la forma
que no repetiremos nunca
¡No!

Quiero ser un animal y esto no es de ninguna manera fútil

Quiero ser un animal y esto no es de ninguna manera fútil. Tantas veces me ha golpeado en la cara la humanidad que, con gusto, si pudiese, renunciaría a ella.
Quiero ser un animal y si el deseo, por primera vez, se me concediera por completo, pediría, de rodillas, ser una perra, sin que eso implicase que los hombres, al llamarme así, pusieran en evidencia su misoginia.
Sí, lo he decidido, quiero ser llanamente una perra y así devanarme, plácida, sin implicaciones sociales.
Quiero ser un animal para, nunca más, ser la amante de ningún hombre. Durante mucho tiempo, ese lugar común me hizo demasiado daño.
Quiero ser un mamífero habitual para que los ronquidos del macho no me provoquen histerias nocturnas, para que, en efecto, ese sonido estrepitoso sirva para espantar a mis depredadores, que son tantos.
Quiero ser un animal, una hembra, siempre, para que mi única escritura sea mi menstruo lunar.
Tantas veces me ha golpeado en el estómago la humanidad, con sus amistades falsas, su hipocresía total, sus mendigos que inundan las ciudades con la complicidad de todos, que de pie, a ciegas, dando un paso al frente, renunciaría a ella.
Quiero ser un animal para parir seis cachorros, sin tener que esperar por el semen de ningún hombre ‘racional’ que tema perder su libertad.
La libertad es un hecho que le está dado a los animales sin prejuicio consciente del otro.
Quiero ser un animal para que todas, todas mis relaciones, sean por instinto, sin tener que aparentar mi grado de socialización cultural.
Quiero ser un animal para no tener ganas de morir los domingos, para olvidar a los hombres que vinieron a mí y me saquearon, dejándome esta angustia blanca colmada de pesadillas.
Quiero ser un animal porque todo lo que detesto de la humanidad está dentro de mí, dicen, y no lo soporto.
Quiero ser un animal para no pensar en el futuro, esa carga que me tiene adolorida, y que el tiempo no sea más que prepararme para cazar mi siguiente presa.

La escalera

Necesitamos un instrumento para subir, para no sentir esta miseria material, esta imposibilidad conmemorativa de pies, de ansias móviles sin apenas centavos (fijaciones) coches que se estrépitos de nocturnos lápices. El Hombre busca guaridas. Arriba, más allá de sus propios límites, pero tenemos el tiempo contado hasta para escribir esta partitura. Sube mi corazón, subirá mi sangre deseo circulatoria, qué suban las buenas nuevas, los presagios, que el choque no suceda  y los recuerdos se ordenen solo en el goce. Arriba, el Hombre, la Humanidad de gradas que intenta subir más allá de sus tinieblas. Estos son los apuntes de un mecanismo (el mío) Sube el corazón. Lo definitorio no está en la carne macerada por los días, sino en esta partitura, en este canto, amigos, en este canto.

martes, mayo 15, 2012

Sobre los poemas inéditos

A pesar de mi pánico pre-envío postal, acabo de terminar de quitar del blog varios de mis poemas para cumplir con el requisito de un concurso que pide que los poemas sean inéditos. Ni modo, un ni modo enfurruñado. Por eso, dejo acá, este maravilloso poema de Fabio Morábito:

     Siempre me piden poemas inéditos.
Nadie lee poesía
pero me piden poemas inéditos.
Para la revista, el periódico, el performance,
el encuentro, el homenaje, la velada:
un poema, por favor, pero inédito.
Como si supieran de memoria lo que he escrito.
Como si estuvieran colmados de mi poesía
y ahora necesitaran algo inédito.
La poesía siempre es inédita, dijo el poeta en un poema,
pero ellos lo ignoran porque no leen poesía,
sólo piden poemas inéditos.

lunes, mayo 07, 2012

miércoles, mayo 02, 2012

“A los periodistas nos da miedo de que nos confundan con los ricos”, Leila Guerriero.



Lo primero que llama la atención de ella es su pelo ensortijado que encuadra una cara de pómulos firmes y su forma de cruzar las piernas sobre la duela. Segura. Vestida como estudiante de periodismo, aunque nunca haya estudiado porque sino “ya no sería virgen”, pantalón de mezclilla con el ruedo deshilachado y una chaquetita encima. Durante las casi dos horas siguientes, dictaría cátedra de oficio dejando escapar  frases provocativas y chistosas, arrasaría con su entrevistador, el periodista mexicano Diego Osorno, que se limitó a hacerle preguntas de cajón y aventarse diciendo que Julio Cortázar era representante del ¿realismo mágico? y a contemplarla como lo que es: una famosísima periodista que sabe muy bien lo que dice.

Texto y foto: Lauri García Dueñas

Hizo reír a carcajadas, casi hasta la asfixia, al escritor chileno Javier Norambuena, quien la escuchaba en las primeras filas, cuando contó cómo el presidente de los amigos del teatro Colón de Buenos Aires, a quien nadie había entrevistado más que en los pasillos, le mostró su casa llena de iconografías pornográficas y columnas que culminaban con esculturas de ‘culitos’, las cuales no congeniaban con su imagen de elite y páginas sociales.
La periodista argentina Leila Guerriero contó muchas anécdotas esa tarde del 19 de abril, en un aula magna semivacía, en el Centro Nacional de las Artes (CNA) de México, frente a un entrevistador deslumbrado por su inteligencia y que apenas pudo poner algunas preguntas como migajitas para una lección de oratoria.
La vimos, en el relato, como una muchacha que a los 21 años dejó la escritura de ficción “como dejar un paraguas en el taxi”, sin conflicto, ante un deslumbrante encuentro con el periodismo, y quien paradójicamente  nunca recibió una clase, y se enorgulleció de ello entre risas, frente al director Jaime Abello, de que no la aceptaran en un taller de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) y él le respondió que lo bueno es que sí se ganó el premio.
Uno de los temas más punzantes que aventó al ruedo esa tarde fue la sugerencia de que los periodistas se acerquen más a los ricos, como fuentes de información, no con los prejuicios y los estigmas a cuestas, sino como protagonistas, más allá del poder y las sospechas de corrupción, para ver “qué han hecho de su vida”, con sus privilegios sociales, como los del presidente de los amigos del teatro Colón, quien nació en cuna de oro y era de esos que “se iban en crucero a París y se llevaban a la vaca para que les diera leche fresca” y que ahora tiene 14 perritos pug como murciélagos, pero que también es un hombre culto a quien puede hacérsele un perfil.
Para Leila, los periodistas no pueden enfrentarse a una fuente así con un apelativo de “maldito rico” en la cabeza.
En el medio, dice, hay una tendencia a buscar lo extravagante, lo excepcional. “A veces los periodistas tenemos tendencia a buscar lo raro. Nos falta buscar historias del elegante, del rico, de los poderosos” que, según ella, difícilmente son mirados por los periodistas narrativos sin un velo de clara desconfianza.
“Nos da miedo de que nos confundan con ellos”, lanza. Y cree que es más fácil para el periodista ir hacia abajo en las clases sociales, hacia los pobres, hasta por un principio antropológico.
Diego menciona a Alma Guillermo Prieto quien según ha dicho que siempre escribirá sobre los pobres, porque son la mayoría, y Leila asiente y sigue en lo suyo.
Cuenta que en una reunión de periodistas se secreteaba con un colega, porque todos hablaban de cuántos muertos habían visto en su vida, y ella bromeaba con su amigo de que era mejor no confesar en voz alta que ellos no habían visto muertos, porque capaz que los sacaban de la fiesta.
Diego le dice que ojalá nunca vea un muerto, pero que para cuándo un tema de México y ella dice que cada vez que viaja encuentra temas, pero a los que no les dedicaría menos de dos meses.
Nunca acomodarse, recomienda Leila, en el método como formulita, porque el día que a ella le pase se suicida, asegura. Para ello hay que ponerse en situación incómoda con uno mismo, con la forma de frasear, de hacer crónica.
Comenta otro de sus trabajos, el de una muchacha criada por un militar argentino a la que encuentran las Abuelas de la Plaza de Mayo y cuya historia lo menos que tuvo fue un final feliz, porque luego de vivir 21 años de una vida acomodadísima, conoce a su familia rural chilena y pues no más no le gusta ni se lleva con ellos, ¿cómo contar esta historia sin juicios contra la chica?
Sobre su método, dice que “no tiene un plan”, que le gusta mucho dormir aunque no duerme mucho, que a veces encuentra inicios cuando lava los platos o finales cuando corre.
No puede empezar si no tiene la primera frase, va acumulando material, hasta llegar a un texto ‘monstruoso’, sin pulir, de unas 25 páginas. Sin contar que ha tenido 200 páginas de desgravaciones y que llega a 16 ó 5 cuartillas después de repasar el material brutal.
“A mí me gustan mucho los rituales”, sonríe, amplia, y dice que se repite el “mantra estúpido” de “cómo empieza, cómo empieza”, hasta que empieza el texto y “de ese proceso puedo decir pocas cosas de forma racional”, y llama intuición a lo suyo, y no ocupa la palabra ‘talento’ más que para otros, que según ella, son más afortunados porque pueden escribir buenos textos y luego salir a cenar con su familia. Tranquilos. En cambio, “lo mío es un trabajo de presos”, compara.
“Odio escribir”, dice entre sonrisas, aclarando que para ella es un proceso torturante, tormentoso y que no recomienda la suya, la neurosis obsesiva, como método.
Desea cultivar, en sus frases iniciales, una amabilidad con el lector, asegura que le da la pista para ver si vale la pena quedarse en su texto, y agrega, “debe haber una especie de tensión”, como en la literatura, y recalca que “no se pueden generar expectativas que luego no se cumplan”.
“No poner toda la carne en el asador desde el principio”, como el refrán parrillero argentino.
“Contrariar mi propio estilo”, repite también como un mantra, y cuenta cuando empezó un artículo con un párrafo tipo Proust y su editora le dijo que ‘todo bien’, pero que el principio no se entendía, y defendió su texto hasta que al final quedó así y pues, según ella, solo se necesitaba un poco de paciencia en el lector para poder entrar cómodamente al texto.
Jamás ocupa la palabra “bella”, cuida los adjetivos y ha tratado, con el tiempo, de ser más escueta y menos efectista.
Leila dice que lo peor que le puede pasar al periodismo narrativo es esto, que se ponga de moda, como el Iphone o los cupcakes, que hay gente que cree que la crónica puede hacerse en tres horas y luego “seguir con su vida” pero para ella la escritura es “lo que hago”, la que le ordena la realidad.
Se reconoce una “señora victoriana” que no puede escribir en los viajes, “no puedo escribir lejos de los papeles”, y que no entiende cómo la gente puede escribir con el Twitter y el Facebook abiertos.
“Sin entrega, hay hallazgos que no se producen”, nos recuerda. La premisa: “desaparecer completamente” del texto, porque no somos nosotros los protagonistas.
Recomienda agudizar la mirada, como práctica, porque es más difícil escribir donde no pasa nada.
“Cuando todos nos vayamos y en este salón no quede nadie, qué podríamos escribir de aquí”, remató.

Su autobiografía: