viernes, marzo 28, 2014

martes, marzo 25, 2014

Atrás de la casa mataron a monseñor


Oscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador, fue asesinado por un comando de extrema derecha el 24 de marzo de 1980, mientras consagraba la hostia en una misa en la iglesia de la Divina Providencia en la colonia Toluca.


Desde niña siempre escuché la frase:
“Atrás de la casa mataron a monseñor”.

“Yo estaba tendiendo tus pañales cuando escuché el disparo”, repetía madre.
“Yo escuché la noticia en la radio y viví el pánico”, decía padre.

Al dar la dirección de la casa, decimos:
“Detrás del hospital Divina Providencia, donde mataron a monseñor”.

Y con el tiempo supe.

“Les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡Cese la represión!”.”, dijo y por eso lo mataron.

Infancia es destino, dicen.

Al crecer y escuchar ruidos nocturnos en la casa,
creía que era el fantasma de monseñor.

Cómo sería su fantasma que no me daba miedo.

Tal vez la gente que da la vida por los pobres se convierte en una sombra blanca
en un árbol de paternas
o en el canto de los pájaros.

Crecer sabiendo que atrás de la casa
mataron a un hombre que no fue cualquier hombre.

“La voz de los sin voz”, le llamaron.

Ver su escritorio, su ropa, su foto con los lentes grandes.

Ver su imagen colgar del espejo retrovisor de Carlos
y que él siempre dijera “San Romero” y se golpeara el pecho fuerte
con el puño cerrado.

Verlo despintarse de un mural.
Verlo encenderse de nuevo.

“Detrás de mi casa mataron a monseñor”
y que la rabia no se desgaste.

“Si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño”, dijo.

Pero yo creo que monseñor también es el árbol de paternas
y el canto de los pájaros de mi infancia atolondrada. 

sábado, marzo 08, 2014

Louise Borgeois y “las enfermedades de la femineidad”

Afuera del Palacio de Bellas Artes de la ciudad de México, reposó durante tres meses la famosa escultura de la araña gigante con unos huevecillos colgando de su vientre-celda.
La explicación de la génesis arácnida  estaba escrita a un costado de la pieza, en palabras de la artista francesa Louise Borgeois (París 1911-Nueva York 2010), quien la creó: “Madre: prudente, astuta, paciente, tranquilizadora, razonable, delicada, sutil, indispensable, ordenada y útil como una araña”.
¿Puede ser la madre occidental, esa idealizada, también una araña?, me pregunto.
En plena boga de las selfies, los transeúntes que pudieron ver y tocar la araña gigante parecían más interesados en la foto para “el feis” que en la monumental y telúrica obra de Borgeois que no se presentaba en México desde 1996 y que constó de 75 piezas, no solo de la araña exterior, y estuvo abierta al público desde el 28 de noviembre de 2013 hasta el pasado 2 de marzo de 2014.
La experiencia de entrar en la exposición Petite Maman producía una sensación inmediata de voyeur, transitar por sus Cells y Portraits detonaba el escalofrío de ver colgando en un museo la psique y el útero de una mujer impetuosa y atormentada, pero también de una artista que llevó la forma a sus últimas consecuencias de funcionalidad y perfección.
“El tema viene directamente del inconsciente. La perfección formal es la parte importante y muy consciente. La forma tiene que ser absolutamente estricta y pura”, mantenía la artista. Y su legado lo comprueba.
Casi me desplomo, cuando vi colgar parte de la ropa que Louise usó en el transcurso de su vida, de unos huesos todavía llenos de materia muscular y sanguínea.
En su Spider (1997) nos terminamos de convencer de que la casa puede ser un refugio-cubil o una cárcel: “Cuando sientes dolor, puedes retraerte y protegerte. Pero la seguridad de la guarida también puede ser una trampa”, afirmaba.
“Las enfermedades de la femineidad. Trato de ser experta en ropa para comprobar que sé todo sobre el sexo –la ropa significa sexo ajustado, a la medida-. El sexo no es una noción abstracta, sino precisa o más bien tangible”, explicaba la autora.
Su obra también (re)presenta su propia experiencia en el psicoanálisis y la (re)escritura de “la etiología de su neurosis”, como ella la llamó.
Desmitifica y des-idealiza los arquetipos familiares, como en Niño cuchillo (1947-1949)
Según el curador Philip Larratt-Smith, Borgeois buscó “paz y reparación” del trauma de la infancia, durante toda su vida. Con ciertas piezas, deseaba honrar a su madre que fue una reparadora de tapices y decirse a sí misma, que a pesar de todo, fue una buena esposa y madre.
Borgeois hace evidente la multiplicidad de los símbolos y arquetipos. Por ejemplo, un útero que es, al mismo tiempo, dos falos que se complementan y penden peligrosamente de un hilo en la oscuridad: Janus Fleuri (1968).
O un pecho rojo que se nutre de otros pechos de sangre: The Feeding (2007). “Se convierte en un pecho que se empuja a sí mismo para darse”, aseguraba, como si el replanteamiento del Yo viniese de una especie de auto-nutrición.
Al final de su vida, decidió ponerse a coser, cuerpos, familias, con material de toalla suave como en Couple (2001). Tal vez con la idea de resarcir lo imposible: el pesebre, la infancia.
Citando a Proust, Borgeois creía que: “Las impresiones sensoriales tenían el poder de darle vida al pasado”. Y eso es lo que pudimos sentir los voyeurs de su obra. Vimos la vida e infancia de Louise pasarnos en frente.
“I had a flashback of something that never existed”, decía.
La exposición póstuma de Petite Maman de Louise Borgeois demuestra que, como la gran Marina Abramovic, el arte telúrico, que consterna, también ha sido hecho por mujeres.

viernes, marzo 07, 2014

Safari Turquesa

El próximo jueves 13 de marzo a las 7 p.m. tengo la alegría y el honor de participar en la presentación de "Safari Turquesa" de mi amigo amado Yaxkin Melchy. Casa del Poeta. Álvaro Obregón 73, casi esquina con Córdova. Colonia Roma. México D.F. Allá los veo.