lunes, junio 30, 2014

XI

Espíritu, la palabra
algunas luces rebotando en las paredes
tal vez las oraciones o la idea
de preguntarnos por el signo y la lengua
que se extiende para multiplicarnos
en el bosque.

La lluvia
seguro
pero no la palabra ‘lluvia’
sino el agua que rebota contra el cuerpo
tu cuerpo y el mío avanzando por la calle
desenrollando el tiempo que nos hiere con su hiel de certezas raídas.

El capullo
o la verdad que se encuentra dentro del capullo.

La flor
o su recuerdo de viejos lirismos.

Esta madrugada y dos sombras en el habitáculo
del susurro de tus juegos y estas teclas.

El beso
o la naturalidad del beso que no se pide
sino que se deshoja.

Espíritu, la ciudad viéndonos con sus ojos inundados
la tormenta sobre las sienes y los árboles de nuestra calle
-esta, la que hicimos nuestra
con paseos supersticiosos y zigzagueantes-.

El silencio
el silencio que nos envuelve en el capullo de los charcos
la mirada afilada para sortear los obstáculos
o las personas amenazas.

La garganta
la garganta a veces volviéndose raída
(la voz es algo que se desgasta
si se le permite la rabia).

El deseo
el deseo de que las certezas nunca sean las mismas

después de la tormenta y sus charcos. 

jueves, abril 24, 2014

Fiesta del Libro y la Rosa UNAM 2014

Hoy tuvimos una lectura muy linda con Pat Lebeau y Flap Time trío en Casa de Lago, un año más en esta Fiesta hermosa :)

miércoles, abril 09, 2014

Ruanda...


Viernes 9 de agosto de 2013, Akagera National Park, Rwanda frontera con Tanzania.

       
IX
Aquí
hace 19 años
los vecinos salieron con machetes a hacer pedazos a sus vecinos
ahora la gente habla de eso cuando me voy a dormir
o susurra al respecto durante la cena.

Un millón de vecinos asesinados por sus vecinos
durante cien días
por la gente que un día se tomó un trago con ellos en el bar
por aquellos que se decían ‘buenos días, que te vaya bien’.

Durante el genocidio,
este hotel se quedó vacío
y los búfalos y los monos babuinos vacacionaron a sus anchas
luego de que las personas mataran a miles de personas.

Ahora
una paz a medias
tensa y meditabunda
pero el rostro de ira de algunos vivos
me hace pensar que
en cualquier momento
en cualquier lugar
los vecinos pueden matar a sus vecinos
así
los edificios se quedarán vacíos
y los animales vacacionarán a sus anchas
sobre nuestros escombros.

X
Dicen que hay un elefante que se volvió loco
durante los enfrentamientos
porque algunos hombres mataron a toda su familia
para comérsela
dicen
que hay que tener cuidado con el elefante solitario
porque ataca a las personas.

Y con razón, pienso.

XI
El mantel azul está bailando
en la sobremesa de un desayuno continental
al otro lado de la Tierra.

Un hombre me cuida con un palo
de los traviesos monos babuinos
y me sobreviene la culpa histórica de que para escribir estas manchas azules
haya un hombre parado a mi derecha
cuidándome con un palo de unos monos que creen que esta es su casa
y quizás lo sea.

XII

Ver a los monos comer flores rojas se siente bien.


viernes, marzo 28, 2014

martes, marzo 25, 2014

Atrás de la casa mataron a monseñor


Oscar Arnulfo Romero, arzobispo de San Salvador, fue asesinado por un comando de extrema derecha el 24 de marzo de 1980, mientras consagraba la hostia en una misa en la iglesia de la Divina Providencia en la colonia Toluca.


Desde niña siempre escuché la frase:
“Atrás de la casa mataron a monseñor”.

“Yo estaba tendiendo tus pañales cuando escuché el disparo”, repetía madre.
“Yo escuché la noticia en la radio y viví el pánico”, decía padre.

Al dar la dirección de la casa, decimos:
“Detrás del hospital Divina Providencia, donde mataron a monseñor”.

Y con el tiempo supe.

“Les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡Cese la represión!”.”, dijo y por eso lo mataron.

Infancia es destino, dicen.

Al crecer y escuchar ruidos nocturnos en la casa,
creía que era el fantasma de monseñor.

Cómo sería su fantasma que no me daba miedo.

Tal vez la gente que da la vida por los pobres se convierte en una sombra blanca
en un árbol de paternas
o en el canto de los pájaros.

Crecer sabiendo que atrás de la casa
mataron a un hombre que no fue cualquier hombre.

“La voz de los sin voz”, le llamaron.

Ver su escritorio, su ropa, su foto con los lentes grandes.

Ver su imagen colgar del espejo retrovisor de Carlos
y que él siempre dijera “San Romero” y se golpeara el pecho fuerte
con el puño cerrado.

Verlo despintarse de un mural.
Verlo encenderse de nuevo.

“Detrás de mi casa mataron a monseñor”
y que la rabia no se desgaste.

“Si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño”, dijo.

Pero yo creo que monseñor también es el árbol de paternas
y el canto de los pájaros de mi infancia atolondrada.