martes, diciembre 19, 2006

Petunia

las ventanas naranjas y amarillas colaban el sol y le abrían la panza a las petunias
de ella
una voz en jerigonza surgía del piso de abajo
sin ritmo pero graciosa, y sobre todo inoportuna
-la bestia del hombre jugaba con la vecina-

no había tomado café todavía
el rimel negro y el alcohol de ayer me impedían abrir los ojos
necesitaba primeros auxilios o una espátula que me levantara de la almohada
la habitación semioscura
placidez en el aire, para detener los últimos segundos
pero tu prisa taladraba la antesala del adiós

ayer, estabas enfermo de sueño y pesados párpados
no te bajaste la bragueta/ya eran demasiadas las distancias
dormimos espalda con espalda/ para subrayar los malos presagios
cuando antes –en un principio reciente- éramos ánforas de abrazos y pulpos sin dominio
temblorosos de posesión

yo sé que hasta aquí, alegres escuchas, les he proporcionado pocos detalles
-no me gustan los adminículos sórdidos de amor-
disculpas entonces
a aquellos que saben a penas una estrofa de esta historia
(y ahora resulta que todas mis historias terminan fatal)

Amables lectores: no se preocupen
no todo el polvo va a la coladera
este hombre intenta borrar su nombre de común historia
(con la que aquí les habla)
ante lo cual
me proclamo proclive a la resignación, no siendo menos orgullosa

por eso y ante la desventaja del futuro
sonreí en las escaleras al verlo partir -cuando iba a ser yo quien volvería-
mientras, junto con las ventanas y sin haber provisto al paladar del primer sorbo de café
repetí naranjas y amarillos para las petunias de ella

¡No queda más remedio que colar la luz!

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