jueves, septiembre 02, 2010

El arte urbano como reivindicación social y espacial


Por Lauri García Dueñas. Escritora y Periodista salvadoreña.

Ponencia en el Centro Cultural de España de El Salvador en mayo 2010

El arte urbano es una reivindicación social y espacial de grupos –en su mayoría jóvenes- económicamente desfavorecidos que en países como El Salvador o México no han encontrado una plataforma formal de expresión o no han tenido acceso a lugares de exhibición socialmente reconocidos como museos o galerías.

Es el arte con todas las letras que persiste a pesar o paradójicamente empujado por los medios de comunicación pero que está siendo reapropiado y dotado de nuevos significados por sus protagonistas, mujeres y hombres que entienden que deben hacer todo lo necesario para comunicarse en un mundo plagado de incomunicación, donde se privilegia el capital y la muerte mas no la poesía, el videoarte, la música, el baile o el grafiti.
El arte urbano busca un lugar, un reconocimiento de autenticidad, aunque adultos, escépticos, expertos, críticos e intelectuales los etiqueten de copia o banalidad. Es el canto, la imagen, el ruido y la grafía de miles de jóvenes que quieren gritarle al mundo su inconformidad contra un sistema económico que los ha ignorado, convirtiéndolos muchas veces en la generación “nini” (que no pueden estudiar ni trabajar). O que los orilla a tomar empleos mal pagados, que someten sus anhelos y proyecciones vitales. O que los hace estudiar en un sistema educativo que premia la memoria y no la creatividad.
Si bien ciertas manifestaciones del arte urbano, como el grafiti, han sido tachadas por ser expresión de pandillas juveniles, la sociedad que se identifica como libre pensadora, y también la que no lo es, debería comprender que ésta es solo una excepción.
Es más, el arte urbano, que lleva ya varias décadas en su desarrollo ha llegado a ser representativo no solo de las clases populares, sino que en él han incursionado diseñadores, artistas plásticos o miembros de las clases medias educadas.
Esto último abona a su crecimiento estético y a su revalorización, pero no debe olvidarse que el arte urbano nació, es y será una forma de protesta en contra de la marginación a la que las ciudades someten a gran parte de sus ciudadanos.
Como una de las miembros fundadoras del colectivo internacional Las Poetas del Megáfono, formado por nueve mujeres jóvenes de cinco países que nos conocimos en México y que llevamos dos años y medio de trabajo en la promoción de nuestra obra y de la poesía en general; puedo dar fe que nueve chicas gritando poesía no siempre son bien recibidas por la crítica, sobre todo la literaria, que en gran parte considera que el lugar de la poesía son las bibliotecas y los coloquios donde la gente habla en voz baja. Nosotras diferimos de esa visión limitada de la literatura.

Es similar cuando se habla del grafiti, ya que muchos pintores consideran que éste es de menor categoría por estar hecho sobre muros. Y no lo es. Hay de sobra ejemplos de grandes artistas cuyo lienzo son paredes y su pincel, aerosol.
Con el colectivo de poetas urbanas, hemos explorado nuevas formas de expresión como el esténcil, que consiste en diseños dibujados en cartón y cortados a mano con cúter que luego son estampados en paredes o libros gracias al uso de pintura en spray.
Paralelo a publicaciones formales en editoriales, hemos hecho con nuestras propias manos nuestros libros, porque decidimos recuperar los medios de producción y ponerlos, no al servicio de editores o distribuidores, sino de nosotras mismas, las autoras.
Así mismo, hemos trabajado en conjunto con otros colectivos como Las Lunámbulas o la Red de Poetas Salvajes, o con otras editoriales cartoneras como Atarraya Cartonera de Puerto Rico y Santa Muerte Cartonera, de México, porque creemos que el trabajo creativo no es únicamente individual y el artista no es un ente que está creando, encerrado en una burbuja, sino que su influencia es más potente si se unen varias manos y varias gargantas.

Nos decidimos a crear Casamanita Cartoneira, retomando un movimiento urbano nacido en 2001 con la crisis económica en Argentina, el cual optó por utilizar cartón reciclado para hacer libros, pues la poesía y la literatura tienen la capacidad de sobreponerse al sistema comercial y la escasez.

Incursionamos en el performance y las artes escénicas, porque la transdisciplinariedad es el signo de nuestra época.

También hemos desarrollado trabajo educativo con maestros y personas que se muestran interesadas, creyendo fervientemente que el arte es un germen sensibilizador en contra de rutinas que hacen olvidar a los seres humanos quiénes somos y a dónde vamos.
Otra característica del arte urbano es que trabaja en conjunto con la comunidad y trata de retribuirle a ésta un poco de esparcimiento y conciencia. En nuestro caso, así como los artistas del grafiti, nos hemos tomado por asalto las calles para gritar y expresarnos.
Compartiendo también en localidades como Ecatepec, zona conurbana del Distrito Federal, con compañeras y compañeros raperos. Y así, siendo parte del arte de las calles que nace en contra de la exclusión social y la falta de espacios.
Controversial es el debate teórico sobre el arte y la cultura, como bien lo explica el inglés Terry Eagleton en su libro “La idea de la cultura” donde introduce varias de las acepciones que a lo largo de la historia ha tenido este término y otras polémicas sobre la alta cultura y la cultura popular.

Los artistas urbanos no están en contra de la llamada alta cultura, la que se hace con los instrumentos de la forma y la academia. Debemos reconocer que luego de siglos de existencia de la humanidad, el arte ha ido elevando sus técnicas formales de expresión.
Sin embargo, lo que sí exigen los artistas urbanos es que se les reconozca como tales y se valore su trabajo sin menosprecio intelectual o de clase.
Para aquellos que los tachan de vándalos, los artistas del grafiti, el rap y el break dance solicitan que los Estados, la empresa privada, la sociedad civil y la comunidad les cedan espacios públicos para su desarrollo.

Para aquellos que los presumen violentos o drogadictos, estos artistas aseguran que es precisamente su hacer el que les aleja de la violencia, en un país como El Salvador donde – a mi juicio- es preferible ser parte de una tribu urbana que miembro de una mara.
Acá quiero introducir una anécdota sobre un director de un instituto nacional salvadoreño que, en una entrevista para nuestra investigación, contrariaba esta premisa.
Según la opinión de este director, los emos y otros grupos de jóvenes no deberían existir, ni usar perforaciones, ni vestirse de forma diferente. Aseguraba que los menores de edad solo debían dedicarse a estudiar y ayudar en los quehaceres de su casa. Digamos, que esta postura es parte de una visión autoritaria y vertical de la educación, la cual ha distanciado a los maestros y padres de esta generación de jóvenes.
Y es que las tribus urbanas, son grupos de pares, que se reúnen identificados por vestimentas, música y gustos de consumo cultural y en su mayoría no fomentan la violencia sino más bien gestos de solidaridad entre ellos. Si bien hay roces con grupos rivales reconocidos como los otros no es la violencia o los actos vandálicos una constante en su actuar.

Tampoco trato de ensalzar o hacer una apología de las tribus urbanas y de los artistas urbanos, pero sí dejar claro que no pueden imponérseles las mismas categorías de análisis social que a las maras o pandillas.

Joshua Meyrowitz, profesor de la Universidad de New Hampshire, asegura que hace dos generaciones las personas reconocían como importantes los criterios de sus abuelos y sus padres; hace una generación se consideraba por lo menos las opiniones de los padres y en la última generación, los jóvenes les dotan de mayor injerencia en sus decisiones a sus amigos.

Algo que nos podría ayudar a comprender mejor este fenómeno del arte urbano es una carta reciente que distribuyó el artista mexicano Ulises López, invitando a los colectivos alternativos del D.F. a crear un CD de rap y poesía de libre distribución. Lo comparto con ustedes:

“Rap revolución a nuestro modo de ver es la vertiente social de un movimiento contracultural nacido en el seno de una de las sociedades más racistas y discriminadoras del Siglo XX: La americana.

Desde su gestación ha sido rechazado por los sectores económicos más privilegiados y ha crecido resistiendo las desigualdades de su tiempo, ya que a pesar de haber sido absorbido por la mercadotecnia a mediados de la década de los ochenta, los sectores donde nace la música más trascendental, de más contenido social, siempre es en los estratos más bajos, dado que los exponentes están directamente vinculados a los procesos sociales de sus comunidades.

La cultura, el movimiento nuestro, ha sido revolucionario por esencia, tanto en las artes plásticas, como en la música y las escénicas, otorgando propuestas enriquecidas con elementos simbólicos de las culturas nativas donde éste se desarrolla, multiplicando su colorido a infinitas posibilidades de creación y traspolando el arte a todo un modo de vida y una visión del mundo.

Hip hop como forma de vida, la cultura local y la comunidad más las ansias y la necesidad de creación”.

Los comentarios de López nos permiten recalcar la búsqueda de una reivindicación social y espacial por parte del arte urbano y sus protagonistas.
Espacial porque, como su nombre lo indica, nace y se nutre de su entorno citadino, extrae inspiración de la ciudad y la devuelve en forma de imagen, color, música, grafía o baile.
Lo dice mejor el poeta Gerardo Grande, fundador de la revista independiente Nostalgia de Pájaro Vagabundo de la ciudad de México: “El Pájaro: Vagabundo, nunca se queda inmóvil, se arrastra, lo arrastra la vida y el respirar de la ciudad. Porque está vivo. Porque de aquí es. Nada ajeno para él, y las calles, la tierra y el lomo gris de las avenidas, también las personas y otros vagabundos que buscan crear truenos, lo complementan de alguna forma”.

El arte urbano se apropia pues de espacios públicos o casas, algunas veces sin permiso de la municipalidad u ocupantes, pero en otras ocasiones con el consentimiento o apoyo de éstos, sobre todo en latitudes donde ya está siendo reconocido como válido.
Hace algunos meses fue muy sonado el supuesto descubrimiento de la identidad del famoso grafitero inglés Bansky, cuya obra se caracteriza por incorporar a edificios en ruinas o lugares de tránsito imágenes de amplio formato con gran calidad figurativa. Este artista incluye en sus grafitis, irónicos mensajes en contra de la autoridad y el estatus quo (es famoso su grafiti de dos hombres de la guardia real besándose), así como fantasiosos personajes humanos y animales.

Los artistas urbanos comunican lo imaginario de nuestra cultura, el inconsciente colectivo, símbolos y grafías extraídas de un mundo reinterpretado por los habitantes de las ciudades.

Gilbert Durand, en su libro “Lo imaginario”, hace un recorrido sobre el afán iconoclasta de la civilización Occidental y las consiguientes resistencias que durante siglos surgieron de las entrañas de la religión y el arte contra las manifestaciones de lo imaginario.
Finalmente, sostiene que lo imaginario es “lo propio del hombre” y “se define como la ineludible re-presentación, la facultad de simbolización de donde todos los miedos, todas las esperanzas y sus frutos culturales emanan de manera continuada”.

No podemos olvidar también el compromiso de calidad que cada artista urbano debe tener con su obra, independientemente de su área, porque como dice el escritor mexicano Gabriel Zaid, muchas veces el joven artista solamente está buscando la fama, la cual es la suma de coincidencias en la distribución que no siempre ocurren, entonces, lo único que puede perseguir y garantizar el artista es la coherencia interior de su obra y su aporte como tal a la humanidad.

Estamos pues, en resumen, ante un fenómeno cultural y artístico que no debe seguir siendo ignorado o minimizado por Estados, gobiernos e Individuos. Se trata más bien de rescatar su trasfondo reivindicativo y su afán por ser la expresión de los más olvidados en la dinámica de nuestras urbes.

Se trata de un movimiento imparable, de sangre joven que palpita en latas de aerosol, imágenes, poemas, baile y música. Su carácter es la transgresión y su cara la vanguardia. Choca contra una sociedad salvadoreña y latinoamericana altamente conservadora, religiosa y políticamente polarizada, donde se ha menospreciado desde hace años las expresiones estéticas y artísticas de los jóvenes. Donde se supone que se debe hacer todo lo posible para no llamar la atención, y si lo haces eres señalado con un dedo acusador por ser anomalía.

El arte urbano colisiona contra una sociedad en la que el muchacho de pelo largo o la chica con tatuajes siguen siendo muchas veces estigmatizados y discriminados.
Como sostiene el poeta mexicano Yaxkin Melchy, los jóvenes están cansados de eso y dice: “No temeré a que mis manos conozcan el aire de la difuminación No temeré al óleo ni al lápiz No temeré a la repetición de los sarcasmos No temeré al hijo crucificado en la copa de un girasol No temeré a los policías de la mañana ni a los motores del pensamiento No temeré a los cálculos dividendos de la sociedad comercial No temeré tres puntos No temeré tres puntos No temeré tres puntos No temeré dos puntos No temeré dos puntos Ya”.

Para ir cerrando esta ponencia quiero compartir el trabajo fotográfico de mi compañero Frederick Meza con quien el año pasado realizamos una investigación pionera, sí pionera, sobre las Tribus Urbanas en El Salvador y que pronto será publicada gracias al Centro Cultural de España, EL FARO.NET y Contracorriente editores.
http://elfaro.net/templates/elfaro/especiales/tribus/index.html

Quisiéramos hablar ampliamente de los resultados de este trabajo pero no lo haremos esta vez, para dejarlos con la curiosidad prendida.

Solo decir que el propio acto de nacimiento de las tribus urbanas representa simbólicamente ‘desenterrar el hacha de guerra’ contra la sociedad adulta de la que, de alguna forma, no se quiere formar parte” como bien lo señalan los autores de Tribus Urbanas. El Ansia de identidad juvenil: Entre el culto a la imagen y la autoafirmación a través de la violencia publicado en Barcelona en 1996, el cual es uno de los primeros estudios que abre el debate sobre estos grupos.

Entonces, anunciamos, próximamente estaremos compartiendo con ustedes un libro compuesto por crónicas periodísticas sobre emos, metaleros, punks, reggaes, hip hop, skateboards, otakus, parkeurs y otras tribus.

En el seno de dichos grupos encontramos expresiones de arte urbano, o de socialización a través de la apreciación de éste. Pero esa es otra ponencia.
Para terminar, una de las frases que más me impresionó durante los meses que conversé y conviví con más de setenta jóvenes salvadoreños pertenecientes a estas tribus fue la dicha por Mauricio Quijano, vocalista de la banda de rock metal “En memoria” citando oportunamente al poeta salvadoreño Roque Dalton: “Las nuevas generaciones vienen con los cuchillos afilados exigiendo qué hicimos en nuestro momento”.
Y hasta acá. Viva la palabra, viva la poesía y el arte que combate a los asesinos del mundo.

2 comentarios:

Liz Durand Goytia dijo...

Lauri, muchas coincidencias con lo que expresas y con lo que haces, este verano hicimos un taller de grafitti para jóvenes en Ensenada un amigo y yo, y esculturas con cosas recicladas...
Ojalá siga prendida la mecha!
Saludos!

Anónimo dijo...

Muy interesante. Hago un trabajo sobre arte urbano y la visión de ampliar a otros tipos de artes como el baile, literatura, etc urbanos me ha interesado mucho. Muchas gracias.

Carmen