viernes, febrero 07, 2014

34

Cada año escribo algo sobre la coincidencia de acumular tiempo en el cuerpo. Releyendo lo que escribí a los treinta me siento, sin duda, menos triunfal y con una visión menos hiperventilada de lo que soy.
Es una hebra, tal vez más cerca del realismo sutil. Ni vencedores ni vencidos. Tal vez porque en los últimos años de mi vida me tocó dejar ir. Ideas preconcebidas, triunfalismos, amores, amigos que se convirtieron en antítesis.
El lunes pasado fui a un retiro budista y me he descubierto así, en los últimos años, yendo más horas al yoga o a las clases de huerto urbano que a fiestas, aunque eso no significa que si dicen cumbia no baile desde la primera hasta la última.
Hace un año, estuve a punto de tomar un empleo que implicaba trabajar al menos ocho horas diarias en algo que no me gustaba del todo, al final, no acepté, me replegué, seguí persiguiendo mis proyectos, escribí, di clases, talleres, produje teatro e hice mi primer curaduría, la suma me llevó a un festival de poesía en Kenya y a conocer Ruanda y la frontera con Tanzania.
Antes de cumplir estos 34, me volvieron algunas sombras, el tiempo nos recuerda los deseos no satisfechos, ciertas personas que nos importan para las que ya solo somos un recuerdo, pero el retiro del lunes me recordó que el dolor humano también viene de la avidez, del querer querer a lo wey.
Y lo que deseo es llevar este cuerpo hacia la templanza. Con todo y sus kilos de más que se andan resistiendo a irse y que algunas personas me recuerdan de vez en vez, con cierta impertinencia.
Pero lo cierto es que, cada vez más, me siento bendecida, por estar viva, precisamente por este cuerpo que se llena de aire hasta la panza, porque desde hace tres años, por primera vez en mi línea de tiempo, me siento amada, correspondida y cuidada por El Muchacho. Por la casa-cubil, por la vanguardia emocional, por la familia y los amigos, los de deveritas. Por la mancha de la escritura.
El lunes hice una meditación para aprender a ver la impermanencia. El cuerpo cambia. Fuimos cigoto y seremos polvo. No hay por qué creernos importantes. La vida la tenemos prestada, como dicen las abuelitas. Si nuestras moléculas se resisten al cambio, sufrirán, por eso, que sigan los ciclos y que la energía metafísica que siempre cuida a las muchachas como yo continúe su curso.
El sábado es la fiesta y habrá que bailar cumbia hasta que duelan los pies.
A los que han estado conmigo todos estos años, ustedes saben quiénes son, sin dañarme, juzgarme y amándome exactamente como soy, con mis matices y sinuosidades, les dejó un abrazo fuerte desde el plexo solar.

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