miércoles, febrero 06, 2013

33

Cuando tenía unos seis años descubrí, sentada en el sillón mullido de la sala y mirando el reloj circular que colgaba de un frontispicio, que el tiempo no vuelve atrás.

Esa idea me persiguió y persigue, cada vez con menos angustia pero sin prescindir de ella.

Haber tenido veinte años fue un estado de gracia, sobrevalorado por el sistema de consumo de bienes simbólicos en el que habitamos, pero no por ello menos delicioso. Ahora que entré sin ambages a la prolífica década de los treinta, es más, que me dispongo a cumplir “la edad de Cristo”, quiero contarles que mi vida pasó por un estado repentino y  similar, simbólicamente, a la crucifixión.

Primero, apareció la angustia material y me puse a buscar otro trabajo para completar mis ingresos actuales, buscando algo freelancer terminé casi aceptando un trabajo de 38 horas a la semana.

Por suerte, mi propia intuición y El Muchacho se encargaron de recordarme quién soy y cuáles son las prioridades en mi vida. Si tomaba ese trabajo no podría preparar bien las sesiones del taller de poesía y el de crónica, regalo del que me ha dotado la vida y labor que está muy cerca de ser ideal para una muchacha como yo que además necesita muchas horas libres para escribir, hacer promoción y producción cultural, ir a sus clases de yoga y mirar las volutas de polvo caer sobre la realidad.

Las gestiones nerviosas de cambiar mi residencia a una ciudad lejana fracasaron, en el fondo, lo sé, porque no lo deseaba.

Tampoco me fui a estudiar el doctorado a Texas, porque una vez más decidí que, por ahora, quiero seguir viviendo en México, dedicándome a aquello de lo que mi vida depende: escribir.

En segundo lugar, me dio por compararme (suena música de suspenso) con amigos y amigas que tienen mi misma edad. Entonces, empezó a ser evidente que no me he reproducido y tampoco he acumulado posesiones materiales de gran valor monetario.  Decir que he escrito varios libros, no con pretensión, sino como un hecho fáctico, me hace recordar qué he hecho durante estos últimos años. Pero la conclusión más simple y evidente es que uno no tiene por qué andarse comparando con nadie.

El arcano mayor que se repite en mis dos recientes acercamientos al tarot es el colgado. Primero me asusté, luego Javier Norambuena, a quien dedico la palabra frontispicio del primer párrafo y tantos procesos vitales de pensamiento, me aclaró que el colgado está de pronto en esa posición que provoca hacernos preguntas. Dichas preguntas están recién cortadas, como los troncos que rodean a la imagen.

De nuevo, como en el viaje de peyote durante aquel verano del 2008, cuando el desierto no me dotó de ninguna respuesta, estoy de pie frente a mis preguntas.

Y frente a una idea recurrente que he masticado en los últimos tiempos: la realidad es independiente de mi propia voluntad. No se trata de resignarme pero sí de dejar de golpear el aire a puñetazos.

Para mientras, me quedaré aquí con mi nueva decisión de tener paciencia y aceptar la suma de hechos acausales que crearon la realidad arquetípica de mi ser actual.

Y es que me gusta este estado de excepción, haber encontrado al Muchacho, por fin, luego de tanta espera vital. Abrazar la posibilidad de ver caer el polvo como un bien metafísico.

Acepto lo que hay, lo que soy y lo que tengo, a pesar de mis limitaciones, que en el fondo no lo son, porque las cosas que creemos que nos atan no nos atan nadita.

Estoy orgullosa del talento de mis amigos y del amor que me profesan las personas a quienes amo. También, sigo teniendo junto a mí las consecuencias del acto más valiente que cometí en mi vida: irme a vivir a otro país y empezar de cero.  

No está mal cumplir 33 años, aunque, la verdad, el tiempo que no vuelve atrás es el mismo cada día.

2 comentarios:

HuelveElena dijo...

Solo puedo decir: Qué bello.
Me toca.

María Tabares dijo...


Confirmo lo que dice tu amiga Huelve..., ¡qué bello texto! Ser consecuente consigo mismo a veces es fácil, a veces un arte difícil. Pero haber encontrado lo que nos gusta, nos define, nos crea, nos hace, con 33 años o con 50 es el mayor privilegio. Así que ¡viva tu vida! mi Lori.