lunes, septiembre 01, 2008

transporte público número dos



adoro las tardes en las que tus manos se convierten en los cuencos
de mis inquietos colibríes
.
la luz es la tibieza de las sombras
.
me cuelgo de los arcos del metro para decirte con la boca
“hasta pronto, descansa”
.
quiero ser un poema feliz
ninguna esfera de súplica
.
tengo seis años y lloro en la ventana del autobús para lograr mi espacio
pero voy a crecer
seré una explosión de tiempo transportándonos
dibujaré las líneas zigzagueantes de tus cuerdas
.
quiero ser el perro que camina pie de la cuesta
o el que vive en mazunte comiendo pescado
un animal líquido que no responda a la gravedad
algo fantasmal que a nadie incomode
los cables de los que se engancha el trolebús
el ruido de la ciudad subiéndose hasta un quinto piso
.
todo lo que anhelo y olvidé a punta de abandono
.
voy a crecer, les dije
ya no voy a llorar en las ventanas al caer la tarde
seré el sonido aniquilante de todos los momentos que nos duelen
.
pondré huellas de gaviotas en los lugares comunes
para rodar los torniquetes sin que lo noten
y andaré por ahí vuelta un ave pequeña
.
quiero sanar
ser el ribete de una nube de lluvia
un graffiti de amor en Miguel Ángel de Quevedo
la angustia de nuestras citas
el roce de dos cuerpos desconocidos/hasta el día en que me senté en tus piernas
.
quiero ser el transporte imperceptible de tu tiempo
un beso suave debajo de tu lengua
.
los pájaros
que se refugian
en el cuenco de tus manos.

2 comentarios:

Linus Lowell dijo...

Nos entregamos cuando quedamos al cuidado del cuenco de unas manos. En ese lugar pueden protegernos como niños o destruirnos de con un puño.

Un placer leerte

María Tabares dijo...

Te leo y te siento. Siento esas ganas de entregarse del todo, para ser otro, para calamar el dolor, para renacer.

Beso