domingo, julio 15, 2012

¡¡¡Quién es poesín!!!





"¡La gente huye!”, grita Pauli Apóstoli. Algunas personas habían pasado a su lado viéndole de reojo como si estuviese perpetuando un crimen. Mareado por el resistol, nos recibe en el patio.
“El negro es un color hijueputa”, dice más tarde, mientras mira uno de sus lienzos. Si gira el cuadro que ahora ha dejado descansar en el suelo para que el color no se chorree, se mueven mis hemisferios cerebrales. Hay algo intuitivo que nos permite entender a los espectadores cuál es el abajo y el arriba, la izquierda y la derecha.
Mientras, él baila al son del beat con el que Emmanuel Vizcaya lo acompaña en esta tarde húmeda de domingo. No sé porqué al ver lo que Pauli hace pienso: “La historia del arte tiene que participar en su propia destrucción”. No todos huyen, la verdad. Varias ancianas, hombres, mujeres, muchachos, muchachas y niñas fueron siendo poco a poco cautivados.
A espaldas de Pauli, varios lo espiaban. Una niña de coleta atravesó corriendo el salón cuando la música y el color se tornaron más cálidos. Una anciana regresó dos veces y le dijo que ‘está bien’ lo que hace, frase que al menos un interpelado más repitió ante la pregunta del ‘¿qué te parece?’. Mientras, el nieto de lentes oscuros y zapatos nuevos tomaba fotos indiscriminadamente. Al anciano pintor que pasó por allí, Pauli le dijo: “sí, yo también hacía pintura figurativa, ahora me dedico al informalismo”.
Hace algún tiempo, un artista contemporáneo intentó convertirme al minimalismo. No pude, le ponían nervioso mis libros desordenados y la máscara de un monito guatemalteco que tuve que colgar en el lugar menos vistoso de la sala. No pude, ahora lo entiendo, detonar en mí esa conversión en contra de la voluptuosidad del color y las cosas, porque prefiero la expresión, la mancha, la desgarradura.
Sin expresión no hay creación. Coincido con Pauli, crear algo es dar (dotar de) vida y si es necesario, como él, darse de puñetazos con el color negro sobre su lienzo, mentar madres, deslizarse frente a su cuadro hasta casi caer, algo rabioso, incontenible, diciendo ‘¡hostia!’.
“Este es un reto para mí”, replica al señalar uno de sus cuadros donde a fuerza de óleo se han detenido un trapeador, unos objetos de metal y un videocasete. Reto de gravedad, no lugar común del artista, pues.
Hacer pinturas con desechos podría ser, visto desde lejos, como algo demasiado hippie o fácil. Pero no lo es. Hay que tener los cojones bien puestos para hacer lo que hace Pauli pintando su raya a partir de (en contra de) la historia del arte.
Siempre me ha gustado la gente que no miente, que lo da todo de sí, por eso me gusta el “Viva Danzatti” de Pauli Apóstoli. Allí hay vida, verdad, abundancia. Pablo Hoyos Roiz va del frenesí del color y los golpes (literales) a su obra, a minutos de quietud frente a lo ya hecho. Para estas pausas utiliza las palabras ‘recopilar’, ‘viajar’.
Ha parado de llover. El rostro de la chica de un recorte de revista que estaba en la esquina superior izquierda del lienzo ha desaparecido bajo el óleo blanco (más tarde Apóstoli me aclaró que no era una chica sino Michael Jackson, hasta eso).
Un azul oscuro repentino se fugó hacia un cuadro que ya estaba colgado y expuesto en la sala del Museo Nacional de San Carlos de México donde Pauli pinta en vivo a un lado de salones donde hay un Goya, un Modigliani y estatuas de mármol impávido.
“Fue como volver a darle vida”, dice, con respecto a la mancha de azul fresca que incorporó a su cuadro ya colgado. Minutos antes gritaba, poseído, intenso, tal como es: “¡¡¡Quién es poesín!!!” y nadie respondió. Tampoco él. Y eso es lo que importa. O no.
Para ver a poesín en acción, usted tiene de jueves a domingo de 12 a 6 p.m. en el Museo Nacional de San Carlos (Puente de Alvarado núm. 50, Colonia Tabacalera, México D.F.), durante este julio de 2012. Vaya.

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