viernes, junio 12, 2009

Anécdota del Puente de Xoco

Es tarde. Vuelvo a casa. Me sorprende lo lejos y cerca que puede estar el pasado. Nabo y yo corregimos su guión, hace dieciséis años que nos conocimos en un curso de verano de educación física, luego nos cruzamos en una fiesta y luego, luego... las personas no son intercambiables, algunas permanecen y atraviesan nuestra vida de diferentes formas. Los novios se convierten en amantes, y luego por fin, en amigos.

-Creo que cuando tengás sesenta años no voy a visitarte- bromeo, pues él tiene la absoluta capacidad de sacarme de quicio cada 2,5 segundos

-Claro que sí, me responde, con extraña seguridad

Ahora poseo una extraña paz. Una sorprendente capacidad de adaptarme a los sucesos que ocasionaron mi vida actual. Comprendo perfectamente a aquellos que no pueden romper los vínculos con el pasado. Pero trato de convertir los míos en fraternidades confesas. Nada de confusiones, por fin, tal vez solamente un hilo de ternura que no quiero que se rompa.

Nabo y yo tomamos horchata, reímos, vemos los dibujitos que los chicos de Westbridge me hicieron. Somos al final los mismos niños que nos conocimos en aquel curso de verano de 1993, solo que él es calvo y yo lucho con mis ciclos glandulares. Hablamos de nuestra vida amorosa actual y de por qué consideramos que los habitantes de la ciudad que nos cobija, sobre todo a los hombres, les cuesta comprometerse.

Él tiene siempre esa idea del "macho mexicano" que alimenta las esperanzas de dos o más mujeres simultáneamente. Evito el tema.

Masticamos quesadillas, nos enchilamos, hablamos con vehemencia de política, como suele hacerse en El Salvador. Caminamos por una calle desierta y construimos toda una teoría hipótetica sobre la criminología de rateros agazapados en la oscuridad.

-¿Tienes miedo de la edad?- me preguntó al leer mi último poema, con un tono evidente de regaño que guarda para mí en ocasiones

-No, solo tengo miedo al paso del tiempo- respondí- Como si no te acordaras de mi poema "Pensando en la edad", le reclamé

-Eso es otra cosa, respondió con total seguridad

Salimos. Afuera aspiramos "Huele de Noche". Nos despedimos con un abrazo en los torniquetes del Metro Coyoacán, a miles de kilómetros de la pista polvosa de nuestro colegio. Me raspa su barba. Se ríe.

¿Alguna vez pensé que esto sería posible? ¿Qué nuestras vidas darían tantas vueltas, para dejarnos acá, colocados en el mismo meridiano pero cada uno con su propia vida? No. Pero el camino ha sido sabio y estamos bien.

Pienso en todo lo que me ha ocasionado esta ciudad a la que amo y en cómo me partió la vida. El pasado está cerca, lejos.

Siempre es bueno tener a alguien conocido cerca, sobre todo cuando una se siente triste, y cuando se quiere comprender que hasta las más terribles tragedias emocionales, y separaciones vitales, pueden convertirse en un amigo que ahora vive en la calle del Puente de Xoco.

3 comentarios:

Ophir Alviárez dijo...

“Fraternidades confesas“, a pesar de los diecisite años que han pasado entre ustedes me das esperanzas, tal vez un día me pase lo mismo...ojalá y la vida lo demuestre.

Un abrazote!

María Tabares dijo...

(L) (Corazón para Lauri)

...Y para Ophir, ojalá sí, si vale la pena. Si no, que se pierda.

Abrazote para ambas

Ophir Alviárez dijo...

Sí, María sabia, si no que se pierda...Y lo digo y trago en seco, pero sí, que se pierda si no...

Abrazos y suspiros.

OA